lunes, 8 de marzo de 2021

Enemigos: Capítulo 61

Cuando Federico apareció por si hacía falta, Pedro enseguida empezó a contarle todos sus problemas. 


–Porque Paula lo quiere así.


–¿Eso es lo que te ha dicho? –preguntó Federico.


–Bueno, con menos palabras.


Federico movió la cabeza de un lado a otro.


–Si he aprendido algo en los ocho meses que llevo con Vanina, es que las mujeres no siempre dicen lo que tienen en la cabeza. Normalmente quieren que vayas detrás de ellas.


–¿Cómo voy a ir a la casa de los Chaves? A Miguel le encantaría echarme a patadas. Gracias, pero no. Hablando de nuestras mujeres, ¿Cómo es que has venido y has dejado a Vanina sola en su estado?


–No está sola. Esta noche no está en el rancho, se ha quedado con mamá, por eso he podido venir. Mira, hermano, tienes que ir a hablar con Paula. Cuanto más tardes en ir más difícil va a ser enmendar las cosas.


–Todo pasó tan deprisa.


Federico puso cara de extrañeza.


–¿Quieres decir que no quieres a Paula?


Pedro no dudó en responder.


–La quiero. Y no sabía cuánto hasta… –la imagen de su noche juntos haciendo el amor la tenía grabada en la cabeza; al igual que tenía a Paula grabada en el corazón–. Hasta que se ha ido. La he echado en falta a mi lado.


–Pues no se puede decir que la hayas llamado para que vuelva –dijo Federico.


–Quién fue a hablar. Si no recuerdo mal, una vez tú mandaste a Vanina a casa a San Francisco. 



Federico se ruborizó.


–Y estoy intentando hacer que no caigas en el mismo estúpido error.


–Los errores parece ser que son mi fuerte. No me puedo librar de Chaves. Y está volviendo a Paula contra mí.


–Paula no está contra tí. Pero quiere a su padre. Vanina pasó por lo mismo. Incluso después de que el gran J. C. Sheridan utilizara a su hija en su propio beneficio, ella aún quería sentir que su padre la quería –Federico suspiró–. Y el beneplácito de su padre era lo único que yo no le podía dar –miró a Pedro–. Paula también puede que tenga que decidir. Nosotros no hemos dado motivos para que Chaves quiera vengarse contra nuestra familia. Y Paula ahora es una Alfonso.


–Sí, pero no se sabe por cuánto tiempo.


–¿Acaso le has dicho lo que sientes? –dijo Federico. 


Pedro abrió la boca para dar una explicación cuando se oyó la radio.


–Pedro, soy Gerardo. ¿Me recibes?


Pedro respondió al micrófono.


–Sí, Gerardo, te recibo. ¿Pasa algo?


–Hay alguien cerca del sector tres. Adrián ha ido a echar un vistazo.


Pedro miró a Federico.


–Mantén tu posición, Gerardo. Fede y yo vamos para allá. Corto –se dirigió a la puerta con Federico pisándole los talones–. Esta vez no se va a escapar –dijo Pedro, al tiempo que notaba su rabia incrementarse.


–Si es así, me aseguraré de que lo hacemos según el reglamento. No quiero que te acusen de agredir a un sospechoso, así que prométeme que no te precipitarás. O vamos como tenemos que ir o no vamos.


Pedro desahogaría su frustración y rabia contra quien estuviera allí, pero sabía que no tenía que perder los nervios. Asintió con la cabeza.


–Como dice el reglamento.


Pedro y Federico corrieron por el complejo al abrigo de las sombras para no alertar al intruso. Hasta que llegaron a donde estaba Gerardo.


–Por lo que ha visto Adrián, sólo hay uno –el guarda de seguridad apuntó a uno de los chalés en construcción–. Está dentro haciendo pintadas con spray en las paredes.


Federico susurró instrucciones.


–Dí a Adrián que no haga nada hasta que rodeemos por atrás.


Mientras Gerardo fue a transmitir el mensaje, Federico agarró a Pedro del brazo.


–Todavía soy el sheriff, así que déjame que sea el primero que se enfrente a este sujeto. Podría estar armado.


–Muy bien. Esperemos que no se escape otra vez –Pedro sentía cómo le latía el corazón–. De todas maneras, yo quiero un trocito para mí –murmuró en voz baja.


–Muy bien, adelante –dijo Federico, y se aproximaron en silencio desde el perímetro del jardín, donde estaba Adrián escondido por la parte de atrás. 


Federico sacó su arma y les hizo una señal para que avanzaran. Según se aproximaban, se hacía más insoportable el olor a pintura de aerosol. Después se pudo ver una silueta alta y delgada, totalmente de negro, con un pasamontañas cubriéndole la cara. El corazón de Pedro se paró para después empezar a retumbar en su pecho.


–Soy el sheriff Alfonso –gritó Federico dando un paso adelante–. Tira el bote y levanta las manos.


El intruso se quedó helado de momento, después salió como una bala de la casa y corrió hacia las montañas. 

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