lunes, 8 de marzo de 2021

Enemigos: Capítulo 65

A las ocho de la mañana, Pedro entró en la oficina del sheriff, situada cerca de la calle principal. Saludó con la cabeza al telefonista, continuó hasta el despacho de Federico, entró y cerró la puerta. Su hermano estaba sentado al otro lado de una mesa metálica gris.


–No tenías que venir tan pronto –dijo su hermano–. Podías haber dormido unas horas antes.


Pedro se había duchado y afeitado hacía una hora. Tenía demasiadas cosas que hacer ese día para perder el tiempo durmiendo. Federico parecía tan cansado como lo estaba él.


–Vaya, a ver si sigues tus propias recomendaciones. Apuesto a que no te has acostado tampoco.


–Tengo que hacer el expediente del detenido.


Pedro se sentó en la única silla que había aparte de la de Federico en el pequeño despacho.


–¿Está Gonzalo Chaves todavía en el calabozo?


Federico llevó dos tazas de café caliente a la mesa.


–No, Miguel ha sacado a un juez de la cama esta misma mañana. Gonzalo ha sido puesto en libertad bajo la custodia de su padre. Eso no quiere decir que no le vayan a pedir responsabilidades.


Pedro estaba contento de que hubiera acabado así la cosa. Aunque a lo mejor no había acabado. Gonzalo era el hermano de Paula.


–Voy a facilitar las cosas un poco. No voy a presentar denuncia.


Federico miró airadamente a Pedro.


–Hay cosas que no dependen de tí. Como el haber disparado un arma de fuego dentro de los límites de la ciudad. 


–Pero como es la primera vez, seguro que el juez es benévolo con él.


–¿Crees que es buena idea? Quiero decir, sé que estás casado con Paula, pero dejar que el chico se vaya de rositas…


–Ah, no voy a dejar que se vaya sin más. Va a tener que pagar los daños. Y no con el dinero de su padre, sino con lo que gane trabajando en la obra todo el verano –Pedro sonrió–. Voy a hacer que lo pague en sudor.


–Piensa en el cariño que le va a tomar a su cuñado si haces eso.


–Quizá no mucho, pero el chico necesita un cambio de aires.


Justo en ese momento llamaron a la puerta y Vanina asomó la cabeza.


–Eh, ¿Ha visto alguien a mi marido? Un tío alto, guapetón, que le falta poco para dejar este trabajo.


Federico sonrió y se acercó a su mujer para darle un abrazo.


–Lo siento, pero no lo he visto, a lo mejor lo veo más tarde –Federico la besó con entrega.


–A lo mejor –dijo Vanina siguiendo el juego.


Pedro sintió un arrebato de envidia. Deseaba esa misma relación sencilla de amor con Paula. La duda lo asaltó, pero consiguió superarla. No estaba dispuesto a perderla. Se puso en pie.


–Es hora de irme.


–La verdad es que he venido a verte a tí –dijo Vanina.


Hubo un tiempo en el que Pedro se sintió atraído por su cuñada. Pero Federico había apostado finalmente por ella, y él había cedido. Ahora quería a Vanina como a una hermana y deseaba a su hermano mayor lo mejor con ella. Aunque nunca perdía ocasión para hacerlo de rabiar un poco. Abrazó a Vanina contra su costado.


–¿Lo ves, Fede? Te dije que es a mí al que más quiere.


–Oye, vete con tu mujer.


–De eso he venido a hablarte, Pedro –empezó a decir Vanina–. Paula te quiere de verdad.


A Pedro se le hinchó el corazón.


–¿Te lo ha dicho ella?


Vanina asintió.


–Hablé con ella ayer por la mañana. Este lío de su hermano tiene que ser desagradable para ella. Te necesita mucho, Pedro.


–Me estoy ocupando de ello. Pero necesito…


La puerta se abrió otra vez y entró Ana Alfonso. 

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