miércoles, 17 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 15

 —Si hay algún problema, te darás cuenta en seguida. Unos guantes de lana en el frigorífico… cosas así —le había dicho su hermana.


Pero cuando abrió la puerta del frigorífico, no vió nada raro. Ni siquiera había comida. Salió de casa y se dirigió al coche. Un pequeño deportivo que se había comprado antes de convertirse en Bruno Lancaster. Necesitaba un café. Estaba seguro de que se mantendrían las mismas costumbres en aquella pequeña ciudad. Todo el mundo seguiría yendo a tomar el café a Maynard, que hacía de cafetería por la mañana, de taberna a mediodía y de heladería por la tarde. No estaba muy seguro de querer ver a nadie, el abismo que separaba su vida de la de los habitantes de aquella ciudad era profundo y difícil de cruzar.

 

—¡Joven! ¡Sí, usted! ¡Venga!

 

Una mujer mayor, muy elegante, con un sombrero rojo, le estaba haciendo señas desde el porche de Paula. Vió allí también a su padre y a ella, y recordó entonces que desayunar en el porche los domingos antes de ir a misa era una tradición secular en Sugar Maple Grove.  Podía oler el café desde allí. Era un olor muy agradable. Dudó sólo un momento. Tentado por la curiosidad de verla a la luz del día, atravesó la cerca que separaba los patios de ambas propiedades. Había un sendero que parecía haber sido muy transitado. Para un hombre entrenado como él a observar y registrarlo todo, no se le podía pasar por alto las huellas de las continuas idas y venidas entre aquellas dos casas. Cuando su padre no estuviera presente, tendría que darle las gracias a Paula por cuidar de él. El porche de ella era la imagen del sueño americano: una buena sombra, unos muebles de mimbre oscuros con cojines de rayas amarillas, un suelo de madera barnizado de gris y petunias violetas y blancas inundando de color y perfume las ventanas. Y ella formaba parte de ese sueño. A pesar de que su padre y aquella señora estaban allí, él sólo tema ojos para ella. De alguna manera, a lo largo de los años transcurridos, ella había pasado de ser la encantadora mocosa de antes a la novia americana ideal.


 —Buenos días, Dulce Pauli —dijo él a modo de saludo, tomando asiento junto a ella.


 —No me llames así, por favor —replicó ella—. Pedro, te presento a mi abuela, Sara Chaves.


 —Encantado de conocerle joven. Pero tengo que decirle que mi nieta por las mañanas no es tan dulce como usted dice —dijo la señora con un extraño acento.


Creyó detectar un acento alemán en la forma de hablar de la abuela de Paula, y decidió responderla en su propio idioma. Pero, antes de que pudiera hacerlo, Paula se le adelantó.

 

—Abuela. Él no se refiere a lo que tú crees, sino a una flor —dijo algo ruborizada. 


—¡Oh! —exclamó su abuela con cara de sorpresa—. ¿Te compara con una flor? —dijo ella en alemán—. ¡Qué romántico!

 

Pero la abuela sin embargo volvió a dirigirse a su nieta en alemán.

 

—¡Ah, qué bonito! ¡Él y tú! ¡Qué pareja tan maravillosa!

 

Paula miró a Pedro, pero éste mantenía su expresión serena y controlada, feliz de no haber desvelado sus conocimientos de alemán.


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