viernes, 19 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 17

Pedro se fijó en que su padre estaba con los brazos cruzados y permanecía impasible ante aquellas muestras de hilaridad a las que sin duda no les veía ninguna gracia. Le observó con cierta preocupación, tratando de encontrar en él algún signo de desnutrición. El frigorífico vacío podía indicar tal cosa, pero lo cierto era que no recordaba haber visto nunca a su padre tan lustroso como ahora.  Volvió a fijar su atención en Paula, que seguía con las mejillas encendidas. Después de la vida que había llevado de infiltrado entre traficantes de armas, falsificadores de dinero y gánsteres de toda calaña, el ver aquella muestra de rubor y candidez le hizo sentir nostalgia. Él nunca volvería a recuperar su inocencia, pero quizá podría disfrutar de algunos momentos como el actual. Se daba cuenta con satisfacción que era la primera vez en mucho tiempo que se sentía a gusto en compañía de otras personas. Y a salvo, se dijo para sí, pensando que sólo una persona que hubiera vivido en constante peligro como él podría apreciar tal circunstancia. Después de todo, quizá un mes en su ciudad natal no fuera tan malo como había pensado en un principio. Podía ver a Sara mirándole con gran interés, a pesar de los codazos y las advertencias en voz baja que le dirigía Paula para que dejase de mirarle. 


—Tu padre me ha dicho que eres agente secreto —dijo Sara, apartando a un lado el codo de su nieta.

 

—No —dijo con él con firmeza, aunque sorprendido de que su padre hubiera contado cosas sobre él—. Pertenezco a una rama militar antiterrorista. Soy simplemente un soldado.

 

—¡Que emocionante! —exclamó Sara.

 

—No lo crea. El noventa y nueve por ciento del tiempo es puro aburrimiento y el otro uno por ciento un infierno.

 

—Pero intervienes en misiones secretas.


Pedro miró a Paula. Estaba empezando a recuperarse de sus rubores anteriores.

 

—Sí, pero eso no es tan apasionante como puede parecer, créanme —replicó él, que al ver que Sara no parecía dar crédito a sus palabras decidió pasar a otro asunto—. Paula, no tuve tiempo anoche de hablar tranquilamente contigo. ¡Qué lejano parece todo! ¿Cuántos años han pasado? ¿Ocho? ¿A qué te dedicas ahora?

 

—¿Anoche? —dijo su padre de repente.


Pedro pudo ver por la forma compulsiva en que Paula se puso a untar un cruasán de mermelada que lo que ella había estado haciendo la noche pasada era algo privado que nadie tenía derecho a saber. Volvió a surgir en él su antiguo instinto de protección hacia ella.

 

—Nos encontramos casualmente cuando llegué —dijo él, mirándola con el rabillo del ojo, y percibiendo su suspiro de alivio al ver que el secreto de su ceremonia ritual junto al fuego iba a quedar salvaguardado.


Recordó entonces que a Paula no le gustaba nada la mermelada.

 

—¡Oh! —exclamó su padre, malhumorado.


La abuela de Paula parecía contrariada. Ésta probó un trozo del cruasán y puso los ojos en blanco. Luego miró con ojos extraviados el cruasán rebosando mermelada.


 —Yo me comeré el tuyo —dijo Pedro cordialmente pasándole a ella su propio cruasán y la mermelada de frambuesa—. Recuerdo que tu abuela dijo que estaba de muerte.

 

La miró sonriente para que supiera que se había dado cuenta de lo nerviosa que estaba, al tiempo que elevó una ceja con gesto de malicia como preguntando si no sería él la causa de su desazón. 

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