miércoles, 24 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 30

 -Tiene un caballero esperándola —le dijo Carla Martin a Paula desde la puerta de su despacho—. Y ha traído flores.

 

Paula sintió un súbito rubor en las mejillas. Teniendo en cuenta las reglas que había establecido, el citado caballero sólo podía ser una persona. No sabía qué era más molesto: el hecho de que Pedro se hubiera saltado a la ligera su programa, o el que Carla se mostrase tan sorprendida de que un hombre con flores se presentarse allí preguntando por ella. No se sentía en disposición de hablar con él. Estaba aún impresionada por la forma en que Pedro había descubierto esa mañana el motivo de su compromiso anterior. Había estado a punto de casarse con Franco Hamilton sólo porque echaba de menos a sus padres. Había perdido a su familia y quería recuperarla de algún modo.  Pero afortunadamente, no había descubierto toda la verdad.

 

—Pensé que se había equivocado de sitio. Es muy atractivo.

 

Se sintió ofendida de nuevo. Respiró hondo, se levantó y se dirigió a la entrada intentando mantener la calma.  El ramo de guisantes de olor, abandonado en el mostrador, ya había inundado toda la oficina con su delicada fragancia. Brand paseaba tranquilamente por el vestíbulo, fingiendo interés por unas viejas fotos de Sugar Maple Grove que adornaban las paredes. Paula sintió de repente el deseo de recrearse en su cuerpo, ahora que él estaba de espaldas y no la veía. Pero tuvo que vencer la tentación. Carla la estaba observando. Pero ¿No se trataba de eso precisamente? ¿De convencer a la gente de que tenían una relación amorosa? Se sintió entonces feliz de poder disfrutar de él a sus anchas, mirando sin recato sus músculos, sus hombros, su espalda. Era una libertad más embriagadora que el champán.


 —Pedro —dijo esforzándose por parecer alegre—. ¡Qué placer tan inesperado! ¿Qué te trae por aquí? —se dió cuenta entonces de que Carla estaba rondando con la oreja puesta, y también de que el saludo que acababa de dirigirle sonaba ridículo, demasiado formal e impropio de una chica que se suponía tenía un romance apasionado—. Cariño —añadió, como una ocurrencia de última hora, pero que sonó como si lo hubiera leído de un guión barato.


Pedro dejó de mirar los cuadros, se dió la vuelta y la examinó detenidamente. A pesar de que le había dicho que no había tenido ninguna novia, ella sospechó ahora que debía de haber habido docenas, cientos de mujeres atraídas por aquel hombre que tenía la excusa perfecta para no comprometerse nunca con ninguna. Él se acercó al mostrador que les separaba apenas medio metro, se inclinó sobre ella y le dió un beso en su mejilla.

 

—Ma chérie —le dijo, con una voz tan líquida y dulce como la miel caliente.


Luego dijo alguna otra cosa más en francés, que ella no entendió, pero que le hizo sentir como si le hubiera derramado esa miel sobre su cuerpo desnudo. 

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