lunes, 15 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 10

 —Tu padre volverá a casa mañana… Bueno, creo que, dada la hora que es, habría que decir mejor hoy… Sí, creo que ya debe de ser domingo. 


Siempre que él estaba cerca, se ponía tan nerviosa que no decía más que tonterías.  «Ya no tengo quince años», se dijo para sí.


 —Creo que se llevará una sorpresa… Bien, buenas…

 

El viento aprovechó entonces la ocasión para llevar volando una curiosa foto de boda hasta los pies de Pedro. Él la recogió del suelo, la alisó con las dos manos y la examinó.  Luego se la dió a ella sin decir una palabra. Era una foto tomada dentro de una capilla de piedra. Había una novia, que estaba sola, arrodillada ante al altar. Una novia solitaria. La imagen podía parecer romántica, serena, inundada de un carácter sacro. Pero, a la luz de las circunstancias, la novia parecía una mujer abandonada.

 

—Basura —dijo Paula muy orgullosa, arrugándola y arrojándola luego a la caja.

 

Él la miró detenidamente.

 

—No es un camisón, ¿Verdad? —preguntó Pedro.


 —No, no es un camisón —contestó ella alzando la barbilla con arrogancia.

 

—¿Vas a casarte? —le preguntó con aquel tono de burla tan característico en él en otro tiempo.

 

¿Se llevaba tan mal con su padre que ni siquiera le llamaba para preguntarle cómo estaba y saber las cosas que pasaban allí?

 

—Sí, voy a casarme con el misterio de la noche —respondió ella con mucha solemnidad—. Es una antigua ceremonia que se remonta a la época de los ritos de adoración de las diosas.

 

—Siempre fuiste muy original —le dijo él con una sonrisa gratificante.

 

—Sí, ya sé, soy todo un personaje.

 

—No sabes lo raro que es eso hoy en día —replicó él con una expresión de desencanto.


No, no lo sabía. Sentía ganas de sentarse con él junto al fuego para que él le dijera que eso era muy bueno. Querría desterrar las sombras de su mirada y hacerle reír como en otro tiempo. Y, por supuesto, sentir de nuevo su contacto.  Él despertaba su lado más débil, pero estaba resuelta a ser una mujer fuerte e independiente.


 —Buenas noches —dijo ella muy serena dirigiéndose hacia el hueco de la cerca.

 

Pero entonces comprobó horrorizada que se le había enganchado el vestido en alguna parte de la espalda. El sonido del desgarrón rompió el silencio de la noche. Se quedó paralizada, estaba atrapada. Aunque estaba convencida de que no iba a necesitar ya más aquel vestido, no podía arriesgarse a destrozarlo a fuerza de tirones. Echó una mirada discreta de soslayo, esperando que Pedro se hubiera metido ya en su casa. Pero no, estaba allí de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho, mirándola muy serio.  ¿Por qué siempre que estaba con él tenía que salirle todo mal?  Retrocedió un paso pensando que quizá así se aflojase un poco la tirantez de su vestido. Pero escuchó un nuevo desgarrón a la altura del talle. 

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