lunes, 15 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 7

Nada más salir esas tres palabras de su boca se arrepintió de haberlas pronunciado. Siempre había tenido el don de decir inconveniencias en el momento más inoportuno. ¡Claro que no estaba esperándole! ¡Llevaba puesto a medianoche un vestido de novia!


 —¿Esperabas a alguna otra persona entonces? —le dijo él.

 

Le tendió la mano y Paula se agarró a ella, tratando de disimular el efecto que producía en su corazón el contacto de aquella mano firme y segura. Pedro tiró de ella para ayudarla a incorporarse. Cosa que hizo con gran facilidad.


 —No, no esperaba a nadie —dijo ella—. Sólo estaba quemando la basura.


 —Quemando la basura… —repitió él, con una leve sonrisa en los labios.


Se dió cuenta entonces de que estaba respondiendo tal como le había dicho la señora Hamilton: de forma patética. Un simple contacto había sido suficiente para hacerle sentir algo que no había sentido durante todo el tiempo de su compromiso con Franco. Y a eso se sumaba el hecho de que hacía meses que no se había pasado por la peluquería, ni se había maquillado. De toda la gente que podía haberla sorprendido con su vestido de novia celebrando aquella ceremonia ritual a medianoche, tenía que haber sido él… Pedro Alfonso.  Él retiró la mano tan pronto ella se puso de pie, y comenzó a recoger del suelo los restos desperdigados de su sueño nupcial, devolviéndolos a su caja, mientras Paula contemplaba agradecida la escena pero sin mostrar el menor interés por los objetos. Estaba endiabladamente atractivo y más musculoso que de joven, con ese pecho y esos hombros tan anchos. Y había cambiado también en otras cosas. Llevaba el pelo corto y la cara muy bien afeitada. Su forma de vestir era convencional, aunque la camisa de manga corta que llevaba dejaba ver en todo su esplendor la impresionante musculatura de sus bíceps y antebrazos.

 

Tuvo la sensación de haber perdido para siempre a aquel muchacho con el que acostumbraba a pasear, aquel muchacho de sus sueños que había renegado de su ciudad y se había marchado.  Para desencanto de su madre, había sido un adepto a los pantalones vaqueros rotos. Había llevado siempre el pelo muy largo y una barba descuidada. Ahora, por el contrario, llevaba el pelo muy corto y la cara con un afeitado muy apurado, propios de la disciplina militar. Fue entonces cuando ella se fijó en el pequeño orificio del lóbulo de la oreja. ¡Vaya! No era difícil imaginarle de pirata, con las piernas separadas, preparadas para resistir los embates de la mar, los poderosos brazos cruzados delante del pecho y con la cabeza echada hacia atrás desafiando a las tempestades que sobrecogían de pavor al resto de la tripulación.  «Basta», se dijo a sí misma. Llevaba años siendo una persona sensata. Y había estado a punto de casarse con el hombre más sensato del mundo. Y ahora allí estaba él, Pedro Alfonso, echándolo todo a perder. Tirando por la borda todos sus propósitos, y haciéndola ver que distaba mucho de ser una persona sensata.  Quizá nunca lo había sido. 

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