domingo, 30 de julio de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 12

—Con tu postura, no hay diferencia entre las dos palabras.

—Oh, por Dios…

—No, por Dios no, por mí.

La sinceridad y la insistencia de Pedro empezaban a ablandar el caparazón de Paula. La asombraba que un hombre tan atractivo se tomara la molestia de discutir con ella, de jugar con ella, de darle vueltas y vueltas a la conversación con tal de animarla. Pero al mismo tiempo, su cálida presencia había desertado el profundo sentimiento de soledad que albergaba en su interior. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo sola que se había sentido desde el accidente. Él estaba allí, ante ella, y su personalidad era tan fuerte que no se podía resistir. Sin embargo, pensaba que dejar de resistir era el primer paso hacia el desastre. Si cometía el error de permitir que se acercara demasiado, la fealdad de su pasado volvería a la superficie. Y había luchado demasiado por enterrarla.

—Sólo intento decir que no puedes permanecer indefinidamente en el arcén de la carretera, mirando —dijo él, pasándose una mano por el cabello—. Más tarde o más temprano, te atropellarán.

Esta vez, Paula no pudo evitar una sonrisa.

—No me digas más. Has hecho un cursillo de técnicas de motivación.

 Él sonrió.

—Me has pillado.

—Lo sabía.

Paula sintió un hormigueo en el estómago. Su juvenil expresión, combinada con su cara perfecta, su perseverancia y su humor, resultaba una combinación mortal.

—Bueno, sólo soy un abogado muy trabajador que está interesado en que salgas conmigo —puntualizó.

—No sé, Pedro…

—Yo sí lo sé. Y aunque no lo creas, te aseguro que no estoy dispuesto a admitir una negativa. Sin embargo, espero que recapacites.

Ella negó con la cabeza.

—No puedo ir a comer contigo y con Sandra.

—¿Y si fuera sólo conmigo?

—¿Cómo?  Pensaba que tenías que hablar con ella para intentar solucionar el problema del profesor…

—Claro, pero podría comer con ella, quitármela de encima a lo largo de la tarde y cenar finalmente contigo. ¿Qué te parece?

Paula saboreó el monosílabo «no» en la boca, pero jamás llegó a pronunciarlo. De repente, había dejado de entender su sentido.

—Está bien, cenemos. Pero Pedro, ¿No podríamos…?

—Por supuesto que podemos. Si no quieres que vayamos a un restaurante, pide algo de comer al servicio de habitaciones. ¿Te parece que quedemos a las siete?

Ella asintió.

—¿A las siete? De acuerdo.

Cuando él  se marchó, ella cerró y se apoyó en la puerta. Se sentía muy agradecida. Pedro respetaba su intimidad y parecía saber cómo tratarla, pero desconocía qué parte de sus dudas se debían a la terrible experiencia que había tenido aquella noche en la universidad. Al final, estaba segura de que conseguiría derribar sus defensas. Sólo esperaba no tener que arrepentirse, aunque por alguna razón, por algo que apenas intuía, también sabía que podía confiar en él. No necesitó mirarse a un espejo para saber que sonreía de oreja a oreja. Sus defensas se habían derrumbado. Por primera vez en mucho tiempo, estaba deseando pasar una larga velada con un hombre tan atractivo como encantador.


Pedro estaba deseando que llegaran las siete para ver a Paula. Tan concentrado estaba en la perspectiva que a punto estuvo de pasar de largo frente al restaurante italiano donde se había citado con Sandra Westport. Había supuesto que localizar el número de teléfono de la periodista resultaría bastante difícil, pero finalmente lo había conseguido gracias a su ayudante en el bufete, Romina James. Le había dado unos días para que intentara encontrar a un antiguo alumno que tal vez ayudara a impedir que el profesor perdiera su empleo, y en la búsqueda, Romina también había conseguido el número de la mujer. Estacionó en la calle y entró en el local. El olor a ajo y a especias consiguió que la boca se le hiciera agua. A fin de cuentas, no había desayunado. Se dirigió a una de las camareras, le explicó que se había citado allí y la mujer lo llevó a una mesa del patio exterior. Sandra Westport ya lo estaba esperando. La reconoció de inmediato. La había visto mientras hacía averiguaciones en la universidad y sus caminos se habían cruzado varias veces en las últimas semanas, aunque afortunadamente ella no se había dado cuenta de que se habían conocido durante sus años de estudiantes. En cambio, él la recordaba muy bien. Cómo olvidar a la preciosa rubia de ojos azules, animadora de los equipos universitarios, que se pasaba la vida en el colegio mayor con el que entonces era su novio, David Westport. Se preguntó si tendría muchos recuerdos de aquella época y si recordaría que él había interceptado las cámaras del sistema de seguridad para que grabaran en los dormitorios. Pero en ese momento estaba más preocupado por el asunto del profesor y por la forma de ayudarlo. Sin embargo, no dejaba de pensar que un individuo como él, que había renunciado a sus sueños de juventud y ahora se dedicaba a defender a cualquiera que pudiera pagar sus enormes honorarios, no era la persona más adecuada.

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