domingo, 30 de julio de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 9

Le parecía un milagro que ella siguiera allí, y un milagro casi mayor, que el profesor no hubiera mencionado ciertos asuntos. Probablemente estaba tan preocupado por sus propios problemas que no se había molestado en explicar a Paula  hasta qué punto llegaba su talento para obtener información, ni cuánto había cambiado desde sus tiempos en la universidad.

—Bueno, ya hemos llegado —dijo él mientras abría la portezuela.

—Gracias...

—Aunque en realidad no sé dónde diablos estamos. Me refiero a lo del profesor, claro está —puntualizó.

—Lo sé, lo sé. Gerardo no ha sido de gran ayuda.

—Desde luego. Ahora hay más preguntas sin responder que antes.

—Pero al menos tenemos una idea de cuál es el problema y de lo que podemos hacer por ayudarlo —dijo.

—Sí, eso es cierto.

Pedro supuso que, siendo un famoso abogado defensor, era lógico que se dirigiera a él para que hablara en su favor ante la junta directiva de la universidad. Sin embargo, no estaba seguro de ser la persona más adecuada para defender la importancia del trabajo del profesor desde el punto de vista del beneficio que suponía para la humanidad. A fin de cuentas, mucha gente lo consideraba un tiburón de la abogacía, un individuo menos preocupado por la justicia de un caso que por el dinero que podía pagar su defendido. Pero también era famoso por otro detalle: acostumbraba a ganar. Estaba tan solicitado en su profesión que había llegado a un punto en el que podía permitirse el lujo de elegir a los clientes; normalmente, en función del tamaño de su cartera. Siempre había sido consciente de la importancia del derecho como instrumento para defender a los menos necesitados, pero su reputación era tan dudosa a esas alturas que pocas personas habrían confiado en sus buenas intenciones. Incluida su abuela, la mujer que lo había criado tras la muerte de sus padres. Pero a pesar de todo, estaba decidido a ayudar al profesor.

—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó Paula.

Sus pasos resonaron en el suelo de mármol del vestíbulo mientras avanzaban hacia los ascensores. Al llegar, Pedro pulsó el botón de llamada.

—Tenemos que averiguar cómo podemos dar testimonio ante la junta directiva. Hace unas horas intenté hablar con el presidente, Carlos Broadstreet.

—¿Y qué te dijo? —preguntó, expectante.

Él sacudió la cabeza en gesto negativo.

 —Nada, se ha librado de mí. Técnicamente lo ha hecho su secretaria, pero es obvio que obedecía órdenes.

—A juzgar por tu expresión, no te ha hecho mucha gracia…

—No, claro que no. Esperaba que todo esto fuera un malentendido y que se resolviera con una sencilla conversación. Pero ahora sabemos que va a resultar más complicado.

—Sí. Cuando me tropecé contigo hace un rato…

—Lo de tropezar lo dirás en sentido literal, ¿Verdad? —comentó con ironía.

Él sonrió. Aquél había sido el mejor tropiezo que había sufrido en mucho tiempo. Iba a decirlo, pero justo entonces llegó el ascensor y entraron.

—Sí, bueno… El caso es que acababa de volver de mi frustrada cita con Broadstreet y…

—¿Es que hay más problemas de los que ya conozco? —lo interrumpió—. ¿Me estás ocultando algo?

—No. Sencillamente vivo a dos horas de aquí, al otro lado de Boston, y tenía intención de resolver este asunto y volver a casa esta misma noche.

—Comprendo. La negativa de Broadstreet a verte ha herido tu orgullo.

—¿Insinúas que soy un tipo arrogante?

—No lo sé —se encogió de hombros—. ¿Te parece que lo eres?

—Supongo que algunos dirían que sí.

—De todas formas, que no hayas conseguido tu objetivo hoy no quiere decir que no puedas pedir una cita e intentarlo otra vez mañana.

—Podría intentarlo, en efecto. Pero mi intuición me dice que va a rechazar mis llamadas. La única forma de lograr algo sería verlo en persona, cara a cara.

—Tal vez tengas razón. Todo este asunto me parece bastante sospechoso.

—Sí, me da la impresión de que intentan librarse del profesor sin hacer demasiado ruido y sin concederle el derecho a defenderse.

—Le he prometido que haríamos lo posible por ayudarlo —observó ella—y tú has prometido que intentarás que Sandra Westport deje esa investigación… En tal caso, tal vez sería mejor que te alojes en el hotel en lugar de volver a casa. Dos horas en coche es un trayecto largo y ya es tarde.

Él estaba pensando exactamente lo mismo. De hecho, casi le estaba agradecido al cretino de Broadstreet y a Sandra Westport por haberle estropeado los planes. Gracias a ellos, ahora tenía la excusa perfecta para hacer lo que pretendía.

—Buena idea.

Cuando se abrió la puerta del ascensor, ella salió dijo:

—Gracias por todo, Pedro. No hace falta que me acompañes a mi habitación.

—Mi abuela me enseñó que siempre se debe acompañar a una dama.

—No es necesario, en serio.

—Vamos, Pauli, no insistas… deja que me asegure de que llegas bien. Además, no aceptaré una negativa por respuesta.

—Está bien, de acuerdo…

Paula avanzó rápidamente por el corredor y se detuvo ante la suite 327, Introdujo la tarjeta en la ranura, esperó a que se encendiera la luz verde y abrió la puerta.

—Buenas noches, Pedro. Me ha alegrado verte de nuevo.

Nerviosa, ella entró en la habitación e intentó cerrar. Sin embargo, él bloqueó la puerta. Fue un gesto tan inesperado que Kathryn sintió miedo.

—Espera, Pauli. Me gustaría pedirte algo.

—¿Qué?

Los latidos del corazón de Kathryn se habían acelerado y ni siquiera sabía por qué.

—Verás, resulta que estoy solo…

—Ya me lo había imaginado.

—Y como tú también estás sola…

—¿Cómo sabes eso?

—Lo has dicho cuando estábamos charlando en el banco.

—Ah, es verdad… Tte acuerdas siempre de todo?

Pedro pensó que tenía muy buenas razones para recordar su estado civil.

—Lo intento —respondió.

—¿Y adónde quieres llegar? Porque supongo que lo dirás por algo…

—Sí, por supuesto —dijo, mientras se pasaba una mano por el pelo—. El caso es que odio comer solo.

—Ah…

Paula lo dijo como si no hubiera considerado la posibilidad de que simplemente quisiera invitarla a cenar.

—¿Te apetece cenar conmigo?

—Bueno, la verdad es que estoy bastante cansada…

—No hace falta que bajemos al restaurante. Si lo prefieres, podemos pedir que nos suban algo de comer.

Ella se puso en tensión.

—No me parece buena idea.

 A Pedro le parecía una idea brillante, pero la expresión de Paula no dejaba lugar a dudas. Le estaba dedicando la misma mirada que había visto en sus ojos el día que rompió con Lucas Hawkins.

—Como quieras. Ya hablaremos mañana, ¿Vale?

 —Tal vez —dijo ella—. Adiós, Nate.

Él frunció el ceño y ella cerró la puerta. El comportamiento de Paula había parecido extraño, como si su alma tuviera cicatrices más profundas que su cara. Pero precisamente por eso, no permitiría que se librara de él tan fácilmente. No renunciaría a ella.

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