miércoles, 12 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 35

El miércoles, Pedro cometió un error estúpido con el programa, y comprendió que estaba demasiado cansado para arreglarlo. Apoyó la cabeza en sus manos y suspiró, en el silencio del garaje. Paula, Oh, Paula… La tristeza le llenó como una marea, tan honda que pronto no hubo más que dolor en él. Era un imbécil. La había perdido por su cabezonería. Ojalá le hubiera hablado de su infancia. De los hermanos Martin esperándole a la salida del colegio para perseguirle con sus burlas. O de cómo nunca jugó con los demás porque tenía que ocuparse de la gasolinera. Comentarle dos cosas tan tontas era para él romper con los hábitos de reserva de toda su vida. Pero, ¿Acaso era mejor vivir como los tres últimos días? Nunca se había sentido tan mal. Ni siquiera diez años atrás cuando ella se casó con Fernando y él supo que cometía un terrible error. Devorado por la inquietud,  se puso en pie y comenzó a caminar por el despacho de Roberto, como un animal enjaulado. Necesitaba acción. Sería un buen momento para ir al gimnasio, pues ella estaría en casa con las niñas. Llevaba veinte minutos trabajando con las máquinas cuando Marcos entró en la sala.

—Hola —le saludó con un gesto fraternal—. Estás mejor que la noche aquella del cine —tomó unas pesas y se puso a trabajar junto a Pedro—. Qué pena lo de Paula, ¿Verdad?

Pedro se quedó helado, dejando la barra sobre su estómago. Sintiendo que su corazón se comprimía, dijo agresivamente:

—¿A qué te refieres?

 —Oh, ¿No lo sabes? No ha podido venir a clase en toda la semana.

—¿Por qué?

Marcos lo miró con curiosidad:

—¿Estás bien, Pedro?

—Marcos—Pedro recuperó la capacidad de movimiento— cuéntame qué le pasa a Paula.

—Una gripe. Eso es todo. No te preocupes tanto —Marcos levantó las pesas lentamente y volvió a bajarlas—. Creí que lo sabías, puesto que salen juntos.

—Ya no salimos juntos.

—Pues deberías pelear por ella. Es genial.

Pedro no quería hablar de Paula. Ni con Roberto, ni con Marcos. Se soltó el cinturón de cuero y dijo con calma:

—Ya es bastante por hoy. Mis costillas no están del todo bien.

Media hora más tarde, aparcaba ante el edificio de Paula. Eran las siete de la tarde y las niñas no se habrían acostado. Pero, ¿Qué demonios estaba haciendo allí? En el segundo en que Marcos había hablado, una serie de imágenes de ella muerta en accidente, asaltada, enferma, habían llenado su cerebro y la rabia se había evaporado dejando solo el pánico de que fuera demasiado tarde. La horrible sensación de que no volvería a verla. ¿Estaba enamorado de Paula? ¿Acaso había dejado de estarlo alguna vez? Si conociera las respuestas a esas preguntas no estaría paralizado en su coche, como un saco de cemento. Si subía a verla, tendría que mostrarse tranquilo y razonable. Quizás podría hacer algo por ella, llevarle la compra o cuidarla. Armado con sus admirables propósitos y aterrado ante la idea de no ser recibido,  se dirigió a la casa y entró gracias a un vecino que salía en aquel momento. Llamó a la puerta del piso y le abrió Valentina. La niña le recibió con su gran sonrisa y le hizo entrar en la cocina.

—Mamá está con gripe —explicó.

—Ya lo sé, por eso he venido. Hola, Bella.

Isabella lo miró con odio y se marchó de inmediato de la cocina, encerrándose en su cuarto. Valentina intentó disculparla:

—No le gustas. Quiere que papá vuelva.

La cocina parecía haber sido víctima de un ciclón.

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