viernes, 7 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 23

El viernes de la semana más larga de su vida, Pedro fue al gimnasio para hacer pesas durante la hora del almuerzo. Consiguió ver a Paula en el pasillo después de su clase; estaba charlando con Sabrina, la mujer que tenía el estudio de fotografía, y llevaba el top rosa, calculado a propósito para elevar su temperatura unos grados.

—Hola, Paula.

La mujer giró hacia él. Su sonrisa de placer no era fingida.

—Pedro—rió—. ¿Cómo es que no has venido a clase? ¿Conoces a Sabrina? Pedro Alfonso. Somos amigos de la infancia, antes de mi matrimonio.

—Eso me dijo él —anunció Sabrina  con seriedad—. El día en que me pidió una copia de tu foto del estudio.

El color de las mejillas de Paula subió de tono.

—¿Me das permiso para tener una copia? —preguntó Pedro.

—¿Para asustar a las gaviotas en tu nueva casa?

—Es una foto muy buena —protestó Sabrina—. Te haré una copia, Pedro. Puedes pasar a recogerla a la tienda. Adiós, Paula.

Una vez que la mujer se perdió en el pasillo, Pedro comentó con humor:

 —Mejora en cada encuentro. ¿Te gustaría ir al cine esta noche? Han estrenado cuatro películas nuevas.

—Eso sería una cita.

—Una cita conmigo. De las que me gustan.

—Valentina e Isabella están invitadas a una fiesta de cumpleaños —dijo Paula rápidamente—. Van a estar fuera toda la tarde. Yo tengo que trabajar en el ordenador, así que tendré embotada la mente por la noche.

—No es tu mente lo que me interesa, preciosa.

—Pues haces mal —dijo Paula—. De acuerdo.

—Paso a buscarte a las seis y media —dijo Pedro—. Está prohibido que lleves ese top. Hasta luego.

Cuando giró la cabeza antes de desaparecer, Paula seguía mirándolo con aire absorto. ¿Le habían impresionado sus músculos? ¿O se estaba preguntando por qué había aceptado una segunda cita con un hombre que ponía en peligro su independencia?

Llegaron tarde al cine porque la mujer que pasaba a recoger a las niñas para la fiesta se había retrasado. Tras buscar estacionamiento, corrían hacia la sala cuando un sonido los obligó a detenerse. Era un golpe y un gemido ahogado. Pedro giró en un callejón y contempló un grupo de seis chicos que estaban dando una paliza a un séptimo. Sin pensarlo, ordenó a Paula:

—Ve a llamar a la policía, corre.

Y se dirigió hacia el grupo. Sintió que Paula corría como un galgo mientras se acercaba a los chicos y, aprovechando su sorpresa, agarraba a uno por el cuello de la camisa y lo lanzaba al suelo. Solo entonces, cuando uno de los asaltantes se enfrentó a él, observó el brillo de un arma. Su patada instintiva fue acertada y la navaja voló de la mano del joven mientras Pedro le incrustaba su puño en la mandíbula. Pero ya no quedaba sorpresa que aprovechar. Soltando un taco, el más fuerte de la banda le lanzó un puñetazo que le hizo tambalearse. Una bota dio en su rodilla con brutal precisión mientras pensaba que ojalá ella se diera prisa y revisaba todos los trucos que había aprendido en sus años de vagabundeo. Pero eran demasiados contra él. La víctima del ataque había visto cielo abierto y echado a correr, dejándolo contra cinco chicos. Hacía lo que podía por librarse de sus asaltantes y lanzarlos contra la pared de ladrillo, pero el dolor agudo de los golpes se transformó de pronto en un calor lacerante en su brazo. Una navaja, pensó y en ese momento oyó un grito y vio a cuatro chicos más correr hacia ellos. «Estoy perdido», se dijo, pero entonces comprendió que estos venían contra sus atacantes y, con un sobresalto de alegría,  vió a Marcos, el rubio del gimnasio, lanzar sus puños impresionantes contra sus agresores.

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