lunes, 17 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 46

Nada más verlo entrar, Roberto dijo:

—Menos mal que vienes, hijo. Estaba pensando que tienes que vigilar un poco a Joel porque no se le dan bien los coches japoneses y tenemos varios. Y entra un Alfa Romeo mañana, tendrás que hacerlo tú, ¿De acuerdo? Y Manuel tiene que…

—Roberto—le interrumpió Pedro con firmeza—. Cállate un momento. No voy a llevarte a la ruina, no dejaré que nadie toque el Alfa Romeo y me ocuparé de todo. Si no confías en mí, ¿Por qué me hiciste socio?

—No he dicho que no confíe en tí—protestó Roberto.

—Pues eso parece. No te preocupes, me voy ahora al garaje y no quiero que pienses en nada. Descansa, ¿De acuerdo?

—Enseguida estaré bien.

—Haremos unos cuantos cambios cuando salgas del hospital —anunció Pedro— . Terminaré de organizar la contabilidad este fin de semana, así que no le des más vueltas. Y tienes que ir al trabajo a pie todos los días. Y olvídate de las patatas fritas y de las hamburguesas.

—¡Eres mi socio, no mi madre!

—Para las próximas semanas, soy tu jefe. No lo olvides. Y ahora cuídate, viejo loco, volveré esta noche —Pedro añadió con tímida brusquedad—. Necesito que me hagas la vida imposible durante muchos años, ¿Lo entiendes?

—Claro, gracias, chico.

Pedro salió del cuarto sin volverse, pues sabía que estaba de nuevo al borde de las lágrimas. Estaba bien dar rienda suelta a los sentimientos, pero el problema era cómo recuperar el control. Estaba tan asustado por su estado emocional, que dejó un mensaje en el contestador de Paula explicando que no podía ir a cenar por culpa del trabajo. Comprendía que solo lograría retrasar el momento de verla y descubrir en qué se había convertido: si iba a cerrarse de nuevo como una ostra ante ella, o pasarse el tiempo lloriqueando por los amores perdidos. Sabía cuál era la alternativa que ella prefería. Pero se había sentido desnudo e indefenso, y no le había gustado la sensación. Era más peligroso que enfrentarse a una banda en un callejón. Se pasó el día trabajando, cenó las hamburguesas que acababa de prohibir a Sam y dejó organizado el trabajo de los días siguientes. Regresó a casa hacia las once, agotado. En su contestador, la voz de Paula cantaba:

—Pedro, hola, ¿Sabes lo que quiero hacer? Ir a tu casa de la bahía mañana por la tarde. Las niñas tienen varias reuniones y estaré libre. Si es que tú quieres, claro.

Era demasiado tarde para llamarla. Si la llevaba a la casa de la bahía, querría hacer el amor con ella. Aunque ese deseo no era exclusivo de la bahía: había estado a punto de proponérselo en la sala de espera de un hospital. Lo pensaría al día siguiente. Se metió en la cama y durmió diez horas seguidas.

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