domingo, 2 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 10

¿Paula? ¿En una tienda de ropa de segunda mano? ¿La chica que podía gastarse el sueldo mensual de Pedro en un vestido? Probablemente realizaba algún trabajo como voluntaria. Eso mostraba un lado bueno de su persona, se dijo cruzando inmediatamente con la excusa mental de acercarse a las flores para comprobar el diseño del jardín. Aprovechó para echar un vistazo dentro de la tienda. Una mujer estaba sentada tras el mostrador, hojeando una revista. Paula buscaba entre un montón de ropa de niños. Pedro estaba viendo una película en la que alguien había cometido un error. Alguien había mezclado las secuencias y el guión de otra vida. Como si sintiera la intensidad de la mirada, Paula giró la cabeza y lo vió a través del cristal, parado en la acera. Su expresión horrorizada, la forma en que volvió la cabeza para no mirarlo, expresaban claramente su muda súplica. Le estaba pidiendo que se marchara y no volviera nunca más. Empujó la puerta y fue hasta ella.

—¿Qué está pasando, Paula? —preguntó sin la menor diplomacia—. Hace diez años ni hubieras entrado en un lugar así.

Paula se puso recta y sus ojos lanzaron chispas.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no te quiero en mi vida? No me parece un mensaje complicado y no entiendo por qué no lo captas.

—¡Solo quiero que me digas lo que te ocurre!

—Lo único malo que me ocurre es que no me dejas en paz.

La mujer del mostrador intervino entonces con voz preocupada:

—¿Necesitas ayuda, Paula?

—No, gracias, Marta. Ya se iba. Ahora.

Pedro asintió.

—Me marcho porque odio llegar tarde al trabajo.

No era una frase muy ingeniosa, pero no se le ocurrió nada mejor para tener la última palabra. Mientras avanzaba por la calle a grandes zancadas, su cerebro daba vueltas a las posibilidades. ¿Habría perdido Fernando su fortuna? Quizás una bancarrota o una mala gestión lo habían llevado a la ruina. Pero los motivos no eran asunto suyo. Ella no era asunto suyo. A pesar de la brevedad de su encuentro,  había observado que parecía muy cansada. Una parte de él deseaba ardientemente tomarla en brazos, mimarla y ocuparse de esa mujer que lo había humillado y herido. Cuidarla y hacer el amor con ella, se dijo con una sonrisa dolida. Hacer el amor con ella día y noche y al diablo con su marido y sus hijas. Aquello era el plan más estúpido y enfermizo imaginable. Durante todo el día, trabajó como un poseso. Y no habló con Manuel de su hermana.


El sábado por la mañana, Pedro decidió acercarse al centro para comprar un equipo de música para su nueva casa. Tras los días suaves y soleados tan típicos de septiembre en Nueva Escocia, había empezado a llover. Las gotas eran arrastradas por un viento frío que removía el polvo de la ciudad e impedía el uso de paraguas. Estaba mirando las rachas violentas, cuando, con un sobresalto, observó que la mujer que corría hacia la parada de autobús, con la cabeza desnuda bajo la lluvia, era Paula. «Te juro que hago lo posible por evitarte», se dijo. «Por olvidarte. ¿Por qué el demonio te pone una y otra vez en mi camino? ¿Es Halifax una ciudad tan pequeña? ¿O es que el destino quiere unirnos?» Ella llevaba su chaqueta azul y una bolsa de mano. Debía correr hacia su clase de aerobic. Se acercó con el coche y frenó suavemente, con cuidado para no salpicar a los peatones. Bajó la ventanilla y gritó:

—¡Sube! Te acerco a la universidad.

Paula lo reconoció y la sorpresa asustada marcó sus rasgos como una máscara de teatro clásico. Tenía el rostro empapado de lluvia y parecía estar llorando. Miró nerviosamente para ver si venía el autobús y solo entonces se decidió y abrió la puerta del coche para desplomarse a su lado.

«Tranquilo, Pedro», se dijo éste.

—Cierra la ventanilla. ¿Es habitual este tiempo en Halifax?

Paula se quitó la chaqueta y luego luchó innecesariamente con el cinturón antes de contestar con voz tranquila.

—No suele ser tan malo.

Se retiró el cabello empapado de la cara, mostrando sus mejillas sonrojadas por la carrera. Cada nervio de Pedro estaba de punta, excitado por su angustiosa proximidad, por su absoluta lejanía. Se obligó a mirar el tráfico.

—¿Vas al gimnasio?

 Ella asintió con un gesto mecánico, poco natural en una mujer tan expresiva.

—Espero no desviarte.

—No has traído a las niñas —respondió Pedro.

—Pude encontrar una niñera —respondió Paula y lo miró por vez primera—. ¿Vives cerca?

—Vivo en la calle Whitman.

—Oh —dijo Paula con voz débil—. ¿Y dónde trabajas?

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