domingo, 30 de julio de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 7

—Pero eso es absurdo —observó Paula—. Siempre has dicho que se capturan más moscas con miel que con vinagre. Es lógico que seas amable con los alumnos. Muchos de nosotros te debemos más de lo que podríamos pagar...

—Es cierto —dijo Pedro—. No estaría aquí de no haber sido por tí.

—Entonces, ¿Eres feliz con tu vida?

—Por supuesto —respondió Pedro de forma automática—. Pero seguimos sin saber por qué nos has llamado.

El profesor suspiró y los miró con gravedad.

—Esperaba que algunos de mis viejos alumnos hablaran en mi favor.

—Estaremos encantados de hacerlo —dijo Paula, mientras Pedro asentía—. Pero ¿De qué modo podemos ayudar?

—Esa es una buena pregunta. Sobre todo con la que está montando Sandra Westport...

—¿Quién?


—Olvídenlo, ésa es otra historia —respondió el profesor—. Bastaría con que dijeran a los miembros de la junta directiva que mi método de trabajo funciona. Que mi ayuda y mi apoyo tuvo algo que ver en vuestro posterior éxito profesional...


—¿Quieres que los convenzamos de que tienes alas y un halo y de que caminas sobre las aguas? —bromeó Pedro.

El profesor sonrió.

—Bueno, eso no está muy lejos de la verdad.

—No sé yo...

—Ya en serio, no me atrevería a sugerirles lo que tienen que decir —comentó el profesor—. Pero he dedicado toda mi vida a la enseñanza. Estar con gente joven siempre ha sido muy importante para mí y me gustaría pensar que intervención en sus vidas, mi trabajo y mi presencia, es de alguna utilidad. Además, es todo lo que tengo.

—Pero eso no puede ser verdad —protestó

—Me temo que lo es. Mi esposa falleció hace poco tiempo y estoy solo. No creo que pudiera sobrellevar su pérdida si me quitaran también mi trabajo... Y por otra parte, estoy convencido de que todavía puedo hacer muchas cosas. Tengo la esperanza de que la dirección sepa ver lo que he hecho durante estos años y demuestre un poco de compasión e indulgencia.

Pedro frunció el ceño.

—Eres el mejor profesor de lengua que he tenido. Nadie enseña como tú... hasta estoy dispuesto a jurar que me obligaste a aprenderme todo el diccionario de la A a la Z.

El profesor volvió a sonreír.

—Exageras un poco, ¿No te parece?

—Sólo un poco. Pero sé de primera mano que eliges las palabras con mucho cuidado y que les das gran importancia. A fin de cuentas, no dejabas de animarme y de presionarme para que aprendiera y fuera capaz de expresar lo que pretendía.

—¿Y qué es lo que pretendes expresar ahora, Pedro?

—Que es extraño que hayas apelado a la compasión y a la indulgencia de la junta directiva. Si no has hecho nada, eso no tiene sentido.

—Siempre fuiste demasiado listo para tu propio bien —comentó el profesor con voz apagada.

Paula tuvo una extraña sensación, no precisamente positiva, de modo que preguntó:

—¿Qué has querido decir con eso?

—Nada. Únicamente, que nadie es perfecto. Todo el mundo se arrepiente de algo. A todos nos gustaría poder cambiar una parte de nuestro pasado.

Paula pensó que tenía razón. De haber podido cambiar su pasado, nunca habría salido con Lucas Hawkins en la facultad. El profesor Gerardo había intentado disuadirla, pero sin éxito. Ella no había hecho caso y había vivido para lamentarlo. Al pensar en ello, se estremeció y se enfadó consigo misma por reaccionar de ese modo. Pensaba que lo había superado, pero seguía afectándola como si hubiera sucedido el día anterior.

—Tienes razón —dijo Pedro— pero sin saber nada más sobre las acusaciones que tienen contra tí, no estoy seguro de poder ayudarte demasiado.

—Por desgracia, no puedo ser más explícito —explicó el profesor—. Todo es muy complicado… pero digamos que hay otra persona involucrada, una persona benefactora que desea mantener el anonimato.

—¿Como el Llanero Solitario? —preguntó Pedro.

—Sin tanto heroísmo, sin balas de plata ni corceles blancos. Simplemente es una persona que ayuda a los alumnos, que hace posible que algunos chicos sin medios suficientes estudien en la universidad. En fin, ese tipo de cosas.

—¿Y él no quiere que se lo agradezcan? —se interesó Paula.

—No he dicho que sea un hombre —dijo el profesor, con tono seco—. Pero disculpa mi brusquedad… Simplemente, no puedo decirles nada más. No puedo romper la confianza de esa persona.

Gerardo Harrison miró de nuevo a Pedro y añadió:

—Tengo entendido que has desarrollado el don de conseguir que la gente dé más información de lo que pretende.

—Hacer preguntas forma parte de mi trabajo —declaró— Es lo que hacen los abogados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario