viernes, 28 de julio de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 2

Como le bloqueaba la salida, dijo:

—Tengo que marcharme...

El hombre no se apartó.

 —No me lo digas. Deja que lo adivine... ¿Eres el conejo de Alicia en el país de las maravillas y llegas tarde a tu cita?

Ella no estaba citada con nadie, aunque le habría gustado ser el personaje de la conocida obra para poder escabullirse por el agujero de una conejera. Sin embargo, la idea de escapar le resultó lo menos urgente de todo en aquel momento. Había algo en su voz, una sensación de calor, intensamente agradable, que llevó a Paula el eco de un recuerdo que no pudo concretar. Y por alguna razón, se sorprendió al descubrir que ya no deseaba alejarse de él. Por fin, se movió lo suficiente para que le diera la luz del sol en la cara y lo miró directamente a los ojos. Entonces, la expresión del hombre cambió al asombro.

—¿Pauli?

Ahora eran dos los asombrados. Nadie la llamaba así desde sus días en la facultad. ¿Quién era aquel tipo? ¿Cómo podía saber su nombre? En su desconcierto, deseó tener un espejo a mano para mirarse y comprobar de nuevo que todo estaba donde debía estar. A diferencia de don Perfecto, ella tenía, o creía tener, mucho que ocultar.

—¿Te conozco? —preguntó ella.

—No creo. Nadie me conoce —respondió, en voz prácticamente ininteligible.

—¿Cómo?

 —No, nada —dijo, sonriendo—. El caso es que yo te conozco a tí. Estudiaste en la Universidad Saunders. Y yo estuve allí al mismo tiempo.

—¿En serio?

—Sí, pero dudo que te acuerdes de mí.

Paula pensó que se equivocaba. Había cosas que no quería recordar, pero no habría olvidado a un hombre tan guapo.

—¿Cómo te llamas? —preguntó ella.

Él apartó la mirada casi con timidez, aunque ni sus maneras ni su evidente confianza en sí mismo eran propias de alguien tímido.

—Pedro Alfonso.

Él se puso tenso, como si esperara una reacción negativa. Paula  lo notó porque ella hacía lo mismo desde el accidente; cuando alguien la miraba, se preparaba para el desagrado que sentiría. Pero en cualquier caso, seguía sin recordar quién era aquel hombre. Negó con la cabeza y preguntó:

—¿Estábamos en la misma clase?

—No. Yo estaba dos cursos por delante, en Derecho.

—Imagino entonces que nos conocimos de otro modo, porque yo no estaba muy centrada en los estudios —dijo ella, mientras recordaba sus días de estudiante— ¿Qué tipo de actividades hacías? Tal vez compartíamos los mismos intereses y nuestros caminos se cruzaron…

Él se encogió de hombros.

—No tenía muchos intereses. Ni demasiado tiempo libre.

 Como Paula seguía sin tener la menor idea de quién era, y como sus respuestas no le habían dado ninguna pista, dijo:

—Pues lo siento, pero no me acuerdo de tí.

Él sonrió.

—Descuida, no tiene importancia. Ha pasado mucho tiempo.

—Pero tú te acuerdas de mí...

 —¿Cómo podría olvidarte? Eras algo grande, la chica más atractiva del campus. Estabas destinada a salir en todas las portadas y lo conseguiste al final —declaró—. Por supuesto que te recuerdo.

Ella se sintió desfallecer al comprobar que estaba informado de su pasado profesional. Dadas las circunstancias, no era algo que le agradara en absoluto.

—Bueno, discúlpame pero tengo que marcharme…

—No, por favor, no te vayas todavía.

 Fuera quien fuera Pedro Alfonso, irradiaba buen humor y sus ojos brillaban con una sinceridad que Paula no había visto desde hacía años en un hombre. De hecho, había pasado tanto tiempo que la sorprendió reconocer la expresión. Sin embargo, su mayor preocupación en aquel momento era otra: ¿cómo podía sentirse tan cómoda y tan recelosa al mismo tiempo en su presencia?

—Quédate un poco más. Ten en cuenta que los tipos como yo tenemos muy pocas ocasiones de estar junto a una cara que ha servido para anunciar miles de pintalabios. Por no mencionar las sombras de ojos…

Antes de que ella pudiera evitarlo, él le quitó las gafas de sol. Ahora ya no podía ocultarse. Sus cicatrices habían quedado a la vista de todo el mundo, la marca circular en su pómulo izquierdo, provocada por las gafas de sol que llevaba cuando sufrió el accidente en que se rompió una pierna. Intentó consolarse pensando que al menos serviría para que Pedro Alfonso  comprobara que ya no era la mujer más bella del campus y para que se marchara de una vez, dejándola a solas con su vida. Ya sólo faltaba el habitual gesto de sorpresa en su rostro, seguido de la mirada de lástima que siempre le dedicaban. Sin embargo, Paula no vió ni lo uno ni lo otro. Bien al contrario, su expresión siguió siendo tan agradable como antes. O casi, porque ella notó un ligero brillo en sus ojos, una especie de sentimiento de comprensión.

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