miércoles, 26 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 67

—Cuando nos encontramos en el gimnasio, ¿Sentías lo mismo?

—Oh, sí, por eso no quería verte.

Pedro digirió la noticia sin hablar. Por fin repitió:

—Estás enamorada de mí.

—Sí —lo miró con rabia—. Pero no te asustes. Lo superaré. Algún día.

—¿Quieres casarte conmigo?

—Pedro, no tiene gracia.

—Es serio. Pero veo que no lo estoy haciendo bien —le puso las manos en los hombros y la besó con todo el amor que sentía.

Paula se apartó, indignada:

 —No tienes derecho a hacer eso.

—Solo quiero mostrarte cuánto te quiero. Nunca he dejado de quererte desde los veinte años.

—¿Cómo?

—Lo has oído. Te he amado desde aquella noche, con aquel vestido de noche. Pero eras Paula Chaves y no pude más que convencerme de que te odiaba y huir de Juniper Hills. Me he estado engañando durante años.

Paula parecía atónita.

—¿Me querías entonces?

Pedro asintió.

—Nunca me dí cuenta —susurró Paula.

—Me las arreglé para ocultarlo.

—¿Y aún me quieres?

—Sí —y añadió con una sonrisa perversa—. Me quieres y yo te quiero. ¿No te parece que debemos casarnos? —dejó de sonreír—. Quiero casarme contigo, Pau. Es lo que más deseo. Solo me arrepiento de haber tardado tanto en darme cuenta.

Abrazándolo de pronto, Paula dijo:

—Estoy despierta y te estás declarando.

—Dime sí o no —preguntó Pedro y esperó la respuesta de la que dependía su vida.

—Sí, claro que sí —su sonrisa era radiante—. Nada podría hacerme más feliz.

 —¿Cuándo? —dijo él.

Paula se echó a reír, llena de la más pura alegría.

—Siempre vas al grano, ¿Verdad? Hoy, mañana, cuando quieras. ¿Qué respuesta prefieres?

—Todas —la besó de nuevo—. ¿Y las niñas?

—Valen estará feliz y Bella ha cambiado por completo. Estará de acuerdo, lo sé. A mi madre le parecerá un cuento de hadas y mi padre analizará el futuro de tu negocio y respirará tranquilo por verme de nuevo con alguien. Según él, una mujer no puede estar sola.

—Pero tú no piensas eso —dijo Pedro con un leve temor—. Quieres ser independiente.

—He pensado mucho en eso en la isla —su frente se arrugó—. Sé que puedo vivir sola. No me caso contigo por temor o dependencia. Simplemente, lo deseo.

—Se lo agradeceré a la marea.

—Y ya no me asusta el viento.

Pedro la tomó en sus brazos.

—Bella ya sabe que quiero casarme contigo. Se lo dije en la estación de autobuses.

—Vaya… pues sabe guardar un secreto.

—A nosotros nos ha costado doce años reconocer nuestros secretos. Que nos queremos.

—Nos portaremos mejor los próximos doce —rió Paula.

Mirando los ojos azules, tan familiares y tan amados, Pedro confesó:

—No soy bueno con las palabras, pero voy mejorando —su voz estaba ronca—. Quiero que sepas que soy tuyo en cuerpo y alma hasta el día de mi muerte.

—Y yo tuya, mi querido Pepe—dijo Paula con fervor.

«Mi querido Pepe». Con un nudo de emoción en la garganta, Pedro dijo:

—Por favor, repite eso.

—Querido Pepe, amado Pepe, mi dulce y querido Pepe, te quiero, me siento atrapada, embrujada y enamorada de tí —sonrió con humor—. ¿Qué te parece?

—¿Embrujada, eh? —Pedro la besó y empezó a acariciar su vientre y sus senos por debajo de la amplia camisa de franela—. Las palabras están bien, Lori, pero hablas demasiado.

La respuesta de Paula fue colocarse sobre él.

—No debo estar muy sexy con tus pantalones y esta camisa.

—Estarías mejor sin ellos, desde luego —dijo Pedro y lo puso a prueba con urgencia.


Una hora después, regresaron a casa. Pedro pagó a Nadia, que había dado de cenar a las niñas. Solo entonces, pasó el brazo por los hombros de Paula y se dispuso a dar la noticia:

—Tenemos algo que contarles, chicas.

Paula se adelantó:

—Vamos a casamos. Muy pronto.

El rostro de Valentina se iluminó:

—¿Vamos a vivir todos juntos? ¿Y Pepe será nuestro padre?

—Sí y sí. Viviremos en French Bay —explicó su madre.

—Su equipo de fútbol fue campeón del condado el año pasado —dijo Valentina con una gran sonrisa antes de abrazarlos.

Pedro miró a Isabella, que comentó con tranquila madurez:

—Es estupendo. Me gusta vivir cerca del mar. Siempre parece que las olas se cuentan secretos —y sonrió a Pedro con falso candor.

Pedro le guiñó el ojo y luego dijo:

 —No es un secreto que amo a su madre… e intentaré ser un buen padre para ustedes.

—¿Podemos ser las damas de honor? —preguntó Valentina.

—Claro que sí —afirmó Paula.

 —Roberto será mi padrino —dijo Pedro—. No le gustará llevar traje, pero le convenceremos.

—¿Te pondrás un vestido blanco, mamá? —dijo Isabella.

—Espero que sí —dijo Pedro y la miró con los ojos líenos del recuerdo de su tumultuoso encuentro, cuando había descubierto la libertad increíble de decirle a Paula cuánto la amaba mientras abrazaba su cuerpo desnudo.

Paula se sonrojó como si comprendiera y Pedro siguió hablando:

—Su madre y yo no hemos cenado. ¿Por qué no vamos todos a un restaurante a celebrarlo? Estoy seguro de que podréis hacer un esfuerzo para tomar un postre —sonrió de pronto—. ¿Saben lo que me gustaría? Que se pusieran las camisas y gorras que llevan en la foto del estudio. Las tres. ¿Pueden hacer eso por mí?

Media hora después, Pedro estaba sentado en un restaurante italiano, rodeado por sus tres rubias, las tres vestidas de forma idéntica y felices de estar con él. Alzó una copa de vino no tan exquisito como el de Miguel pero que le pareció delicioso y dijo:

—Por nuestra familia de cuatro.

Una familia, pensó humildemente, era un regalo inmenso para un nombre que siempre se había sentido solo. No volvería a estar solo nunca.

—Por el amor —dijo alzando de nuevo la copa.

—Por el amor —repitió Paula mirándolo a los ojos.

—Cinco —dijo Isabella con impertinencia—. No has contado a Tom.







FIN

2 comentarios:

  1. Que me encantó el final de se va extrañar esta novela , siempre un historia mejor que la otra mucha gracias por siempre subir capítulos

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    1. ay muchas gracias, gracias a vos por leer, mañana la nueva

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