viernes, 28 de julio de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 4

Paula salía entonces con un cretino que se alojaba en el mismo colegio mayor que Pedro, de modo que se veían con cierta frecuencia. Y cada vez que alguien se burlaba de él, ella intervenía, encontraba la forma de dedicarle algún cumplido y lograba neutralizar las críticas. Le estaba eternamente agradecido por ello, y no había mentido al hacer la referencia a su carácter.

Para él, el corazón y el alma de ella eran aún más bellos que su rostro; lo cual no era poco, teniendo en cuenta que tampoco había exagerado al afirmar que había sido la chica más atractiva del campus. Pero  sabía que ella siempre había querido ser modelo. Y se preguntó qué habría pasado con su carrera. De todas formas, no le extrañaba que Paula no hubiera reconocido su nombre. En la época de la facultad, casi todos lo conocían por los humillantes motes que le ponían. Sin embargo, eso era agua pasada. Su vida había cambiado. Después de terminar sus estudios, había conseguido un empleo en un bufete de abogados y empezó a ganar dinero suficiente como para pagar a un cirujano especializado en reconstrucciones faciales que le quitó el problema generado por el acné y le arregló la nariz. Ya no quedaba nada del joven del que todos se burlaban. Ahora era un hombre distinto, y la mejora de su aspecto le había proporcionado la confianza necesaria como para asumir papeles protagonistas en su trabajo. En el fondo, se alegraba de que Paula  no lo hubiera reconocido, de que no lo hubiera asociado con aquel chico solitario y sin amigos. Jamás habría esperado reconocer una expresión de admiración en sus ojos, así que lo estaba disfrutando. Desde los tiempos de la universidad, había recorrido un largo camino. Ahora era un conocido abogado defensor cuyos servicios estaban disponibles para cualquiera que se pudiera permitir el precio. Sin embargo, no se sentía especialmente orgulloso de ello y no ardía en deseos de contárselo a ella. A fin de cuentas, algunos de sus clientes eran individuos sin decencia, honestidad e integridad. Su abuela solía decir que la gente no era más que el resultado del medio donde vivía, y si se aplicaba la norma a su ámbito laboral,  suponía que no quedaría en muy buen lugar.

—¿Pedro? ¿Sigues aquí o estás en la luna? —preguntó ella, al notar su mirada perdida.

Pedro reaccionó y regresó al presente.

—Lo siento mucho. Tengo la fea costumbre de perderme en mis propios pensamientos. Es típico de los empollones... Puede que ese detalle te refresque la memoria y recuerdes quién soy.

En realidad, Pedro esperaba que no se acordara. Y tuvo suerte.

—Me temo que sigo sin acordarme. No encuentro nada sobre tí en mis bancos de memoria —dijo ella.

Él, en cambio, no podía decir lo mismo. Su memoria estaba llena de detalles. La mujer que se encontraba ante él tenía el mismo cabello rizado y sedoso, de color castaño oscuro, que años atrás. Era algo baja para ser modelo y sólo le llegaba alos hombros. Siempre delgada, la blusa sin mangas y la falda a la altura de las rodillas la hacían parecer más frágil de lo que recordaba. Además, había notado que la cicatríz de la cara no era la única marca que le había dejado el accidente. De vez en cuando se llevaba una mano a la espalda, como si le doliera; y cuando cambiaba de posición para apoyar el peso en la otra pierna, hacía un gesto de dolor. Frunció el ceño al pensar en ello. Paula ya había dicho que no quería hablar del accidente, pero él estaba interesado en todo lo relativo a aquella mujer. Por ejemplo, quería saber qué había pasado con el brillo de energía y pasión que siempre habían tenido sus ojos y que ahora había desaparecido. En cualquier caso, no se había convertido en un gran abogado defensor por el procedimiento de evitar las preguntas difíciles. Sabía que averiguaría lo que quería saber: qué había hecho ella durante los diez últimos años y qué estaba haciendo ahora. Pero antes de interrogarla, sería mejor que se sentaran.

—Hay un banco muy agradable a la vuelta de la esquina —dijo él—. Como parece que tardarás un poco en recordar quién soy, le harías un favor a este viejo si te sentaras conmigo.

Ella lo miró con detenimiento, como valorando la propuesta. Pero, por fin, asintió y sonrió levemente.

—Muy bien, abuelo —se burló.

Pedro suspiró y comprendió lo importante que era para él que aceptara. Avanzaron lentamente por el pintoresco camino de piedra. A ambos lados, los arbustos y los macizos de flores amarillas y moradas se mecían bajo la brisa de la tarde. Cuando por fin se sentaron en el banco, a la sombra de majestuosos árboles, él pasó un brazo por encima del respaldo y dejó la mano a escasos milímetros del hombro de Paula.

—¿De modo que eres abogado? —preguntó ella, apartándose ligeramente.

Él la miró y se preguntó si habría reconocido algo en él, tal vez algo que había visto en las noticias. Pero en su mirada sólo había curiosidad.

—¿Qué te hace pensar que lo soy?

—Antes dijiste que estuviste en la facultad de Derecho.

A Pedro lo sorprendió que lo hubiera olvidado, pero estar tan cerca de ella lo ponía tan nervioso que se le fundían las neuronas.

—Ah, es cierto... Sí, soy abogado criminalista.

—Supongo que establecer un objetivo y alcanzarlo debe de resultar muy placentero —observó con nostalgia.

 —Sí, supongo que sí.

Pedro siempre había querido ser abogado, aunque no había seguido exactamente el camino que pretendía. Pero en cualquier caso, no quería que hablaran de él.

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