domingo, 9 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 33

Paula agitó las pestañas, un gesto nervioso que le recordó a Thistledown.

—¿Así que yo debo hablar de lo peor de mi vida sin recibir nada a cambio? Me parece un gran punto de partida para una relación. O lo que sea esto.

A pesar suyo, tuvo que expresar parte de su ira.

—Siempre me he guardado mis problemas para mí. Incluso de pequeño — dijo—. No puedo cambiar.

—No es que no puedas, es que no quieres hacerlo —replicó Paula.

—Pues, eso, ¡No quiero! ¡Maldita sea, no quiero!

 Paula se puso en pie. Pedro pensó que nunca la había visto tan enfadada, ni tan magnífica.

—Pues entonces no nos engañemos con la idea de un compromiso —estalló—. Ya he tenido una relación desigual en mi vida. No pienso tener otra.

—Así que soy como Fernando.

—¡No cambies mis palabras!

Pedro tuvo que reconocer que era injusto y respiró hondo, buscando un pensamiento racional.

—Hablar de mi padre no cambiará nada.

—Claro que no —replicó Paula—. Pero me demostrará que confías en mí.

—¿Crees que no lo hago?

—Si no me cuentas lo malo de tu vida, solo lo bueno, me estás negando la mitad de tí. Tienes que hablarme de todo, Pedro… eso es la intimidad. Mostrarte vulnerable ante otra persona porque sabes que no va a usarlo contra ti.

—Enterré a mi padre hace muchos años —dijo Pedro con la mirada baja.

—Pues tendrás que desenterrarlo —replicó ella con una ligereza que ocultaba su tensión.

—No entiendo por qué le das tanta importancia —repitió Pedro, pasándose los dedos por el cabello.

—Porque es básico —Paula lo dijo casi gritando—. No puedo tener una relación sin complicidad. Yo acabo de contarte lo peor de mi vida. Necesito reciprocidad.

—¡No quiero hablar de eso!

—Si no lo haces, si no admites tus carencias y tus necesidades, estamos en un punto muerto. ¿Es que no lo ves?

—Lo único que necesito es hacer el amor contigo —anunció Pedro.

—Oh, qué bien —de nuevo Paula echaba fuego por los ojos—. Hacer al amor es la ocupación más solitaria del mundo si tu acompañante no da más que su cuerpo. Te juro que lo conozco.

Pedro se metió las manos en los bolsillos, harto de la conversación. No podía hablarle de su vergüenza ante un padre borracho, de las burlas y peleas en el colegio, de su ansia desesperada por llevar una vida normal.

—De nuevo me estás comparando con Fernando—dijo.

—Puede que… —Paula dejó de pronto de luchar—. Está bien, dejemos esto. No puedes comprender cuánto me importa —lo miró directamente a los ojos—. No quiero verte más. No, hasta que no admitas que eres un ser humano tan doliente como el resto. Como yo.

Frustrado e incapaz de admitir su pánico a no verla más, Pedro exclamó:

—¡Necesitamos más tiempo, Paula, por Dios!

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