domingo, 2 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 8

Pedro había llegado a pensar que quizás Paula y Fernando se habían divorciado, lo que no era improbable en diez años, pero las palabras de ella le hicieron descartarlo. Por otra parte, ¿Qué más daba? La malsana emoción que le recorría al verla nada tenía que ver con Fernando. Lo único en lo que podía pensar era en abrazarla y besarla durante horas. Con Fernando o sin él. Casada o no. Una forma extraña de actuar en un hombre que acababa de manifestar su odio. Tampoco sabía cómo seguir la conversación, pues nada era como lo había previsto. Paula resolvió el dilema:

—Tengo que marcharme —dijo fríamente—. Adiós.

La voz parecía salir a borbotones de su garganta. La vió marchar, con la altiva cabeza erguida y movimientos graciosos de sus caderas. Hasta que la puerta no se cerró tras ella, Pedro no pudo reconocer el sentimiento que lo embargaba. No era odio. No era rabia ni rencor. Era dolor. Un dolor intenso. Nacía del reconocimiento de que la nueva Paula Chaves no quería saber nada de él, como no lo había querido la antigua Paula. ¿Dolor? ¿Por el rechazo de una mujer a la que odiaba? Debía de estar loco. Pero loco o no, tenía que hacer algo al respecto. Seguía sin tener una respuesta a su dilema cuando llegó al garaje, se puso un mono de trabajo y se concentró en las intrincadas tripas de un Mercedes hecho a medida. Roberto había estado revisando el trabajo de uno de los aprendices con los frenos de un utilitario y, tras dar su aprobación se acercó a él.

—¿Has comido bien? —preguntó como quien no quiere la cosa.

Pedro eligió un destornillador y emitió un sonido ininteligible.

—¿Qué has tomado?

 —¿Qué?

—¿Qué has comido? —repitió Roberto con paciencia.

—Nada, se me olvidó comer. Fui al gimnasio.

—¿Te encuentras bien?

«No», se dijo Pedro. «Nada bien. Tengo un nudo en el estómago del tamaño del motor del Mercedes y no dejo de pensar en una mujer de ojos azules y un cuerpo por el que podría morir. Un cuerpo que me atormenta. A mí, que he conseguido mantener la sexualidad bajo control durante años».

—Estoy bien —dijo—. ¿Quieres que revisemos la contabilidad después de cerrar?

—No hace falta que me engañes —dijo Roberto amablemente—. Basta con que me mandes a paseo.

Por fin Pedro se obligó a mirarlo.


—Lo siento, Roberto—dijo—. Son líos de mujeres.

—Pues te has dado prisa. ¿Cuánto hace que has vuelto? ¿Tres meses? Aunque no es raro. Siempre gustaste a las mujeres.

Salvo a una.

—Prefiero cambiar de tema —masculló Pedro.

—Eso tampoco es nuevo. Nunca has sido un tipo parlanchín —Roberto le sonrió—. Vamos a cenar cuando cerremos y luego nos ponemos con las cuentas. No quiero que te mueras de hambre por amor.

Amor. Lo que sentía por Paula nada tenía que ver con el amor. Era pura lujuria. Frustración absoluta y rabia, una rabia cuya fuerza le daba miedo. Pero no era amor. Enfadado consigo mismo por su incapacidad para ocultar sus emociones, fue a buscar el manual del Mercedes a la oficina. Tenía que encontrar una forma de deshacerse de su obsesión, dado el fracaso de su estúpida teoría. No bastaba con verla para olvidarla, y exorcizar al demonio, necesitaba algo más. Pero nunca se había liado con una mujer casada y no iba a empezar con ella. Claro que sus principios no valían nada, teniendo en cuenta que Paula no quería saber nada de él. Había días en que lo mejor era no salir de la cama, concluyó.

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