miércoles, 12 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 36

—Voy a saludar a tu madre, y vendré a limpiar un poco —dijo Pedro.

Con el corazón dando brincos, fue hasta el dormitorio y entró sin hacer ruido en el cuarto. La luz estaba encendida, pero Paula dormía. Se quedó un minuto quieto, mirándola. Tenía el pelo revuelto y las mejillas pálidas. Su camisón era mucho más revelador que el que había llevado la noche de la pelea. La blancura de los hombros le llenó de confusión, deseo y temor. «Si un solitario se enamora», pensó con pánico, «¿Cómo deja de ser un solitario?» Como si hubiera hablado en voz alta, ella abrió los ojos y dijo con voz adormilada:

—¿Estoy soñando?

—No —dijo Pedro con los hombros doloridos por la tensión.

Sorpresa, alegría, enfado, temor, todas las emociones que él mismo sentía pasaron por el rostro vulnerable de Paula.

—¿Qué haces aquí? —dijo al fin, incorporándose sobre las almohadas.

A través de la tela del camisón, podía ver la forma más oscura de los pezones. Tragó saliva y dijo:

—Marcos me dijo que estabas enferma. Solo he venido a echarte una mano. Si me lo permites. Por favor.

Nunca había suplicado nada a una mujer. Otra costumbre olvidada, pensó Pedro y esperó su respuesta, preguntándose si su corazón había dejado de latir o solo era una sensación.

—Nos las arreglamos muy bien —dijo Paula.

No lo podría soportar si lo echaba de nuevo de su lado.

—Pau, lo siento, pero…

Pero ella había hablado a la vez:

—Pedro, no sé si…

Rió nerviosamente mientras él carraspeaba.

—Siento lo del sábado. Fui un imbécil.

A su pesar, sus ojos se posaron en la tensa redondez de los pechos de Paula, que se cubrió con la sábana antes de preguntar con pasión:

—Necesito saber algo, Pedro. ¿Me has echado algo de menos desde el sábado?

«La verdad, Pedro. Eso está pidiendo. Que le digas cómo te sientes».

 —Al principio estaba tan enfadado que pensé que estaba bien no volver a verte. Pero hoy comprendí que estaba triste como nunca lo había estado, que no quería perderte, que no sabía cómo iba a vivir sin tí —tragó saliva—. ¿Echarte de menos? Sí, más bien.

Con un tono bajo, Paula dijo:

 —Yo también te he echado de menos.

—¿En serio?

De pronto, Paula sonreía, y sus ojos brillaban de placer.

—Un montón —admitió.

Pedro fue hasta la cama y se sentó en el borde.

—¿Te importa repetir eso?

 Paula se echó a reír, con la risa que Pedro adoraba.

—Me has oído bien.

Como en un sueño, Pedro se inclinó y la besó, sintiendo al besarla que su corazón latía de nuevo. Ella murmuró contra su boca:

—Pedro, no debes hacer esto. Te pegaré la gripe.

La sonrisa de él debía parecer idiota, de puro beatífica.

—Tengo un gran sistema inmunológico —dijo—. Pau, temí tanto no verte más y…

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