miércoles, 5 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 21

Se adaptaba perfectamente a él. Pedro reposó la mejilla en su cabello revuelto y cedió a las sensaciones: la presión dulce y tentadora de sus pechos, la sensación de sus palmas en su espalda delgada, el aroma invasor de su cuerpo. Su cuerpo empezó a reaccionar. Pero esa vez no iba a moverse. Porque estaba exactamente donde quena estar. «He vuelto a casa», se dijo. Y de pronto, casi imperceptiblemente, notó la tensión creciente en el cuerpo de Paula.

—No pasa nada —dijo retirándose poco a poco—. No te haría daño por nada del mundo.

Pero su breve entrega había terminado. Lo miró con una violencia que lo asustó:

—Estoy confundida por tu culpa —dijo con un sollozo en la garganta—. No tengo ni idea de qué hago contigo ni dónde vamos. No quiero apoyarme en ti, ni depender de tí. ¡Quiero ser libre!

Qué podía decir él, que había recorrido el mundo en busca de libertad para descubrir que su hambre de familia y raíces era más poderoso. Lori se bajó del taburete y dijo:

—Se va a quemar el arroz.

—O yo —murmuró Pedro tomando la cuchara y volviendo a su labor.

—En cuanto al resto, mi padre no me perdona que dejara a Fernando. De una forma que nunca he llegado a entender, sus negocios estaban mezclados y la marcha de Fernando le ha costado a mi padre una fortuna. Así que dejó de darme dinero para presionarme —se terminó el vaso de vino—. Pero mi madre, por vez primera en su vida, está  desobedeciendo. No a las claras. Pero saca dinero cuando puede y se escapa para vernos a escondidas. Lo creas o no, mi madre tiene que pedirle dinero a mi padre para todo.

—¿No tienes derecho a la mitad de la casa de Fernando?

—Así debería ser, pero Fernando lo planeó todo con tiempo. Puso una hipoteca tan fuerte que tuve que vender la casa por muy poco y se marchó a los Estados Unidos. Me costaría una fortuna perseguirle para que cumpla con su obligación de mantener a sus hijas. Todo el dinero que tengo de la venta de muebles está en un fondo para la educación de las niñas. O por si pasa algo.

—Te engañó.

La sonrisa de Paula fue irónica.

—¿Verdad? Ya no soy la ingenua que era.

La pregunta de Pedro nació en algún lugar de su cerebro.

—¿Lo odias, Pau?

Ella movió la cabeza, negando.

—Ya no. Estoy tan feliz de no vivir con él. Ojalá lo hubiera abandonado hace años. Pero siempre pensé que iba a mejorar, y era el padre de mis hijas.

Pedro puso a freír el pollo.

—¿Te importaría encender las velas de la mesa? ¿Y servimos otra copa de vino?

Diez minutos más tarde, la cena estaba lista, el pollo cocinado con especias exóticas servido sobre el arroz blanco. Al tomar asiento en la mesa del comedor, Paula dijo:

—Te has molestado mucho. Gracias, Pedro.

Él alzó la copa:

—Por nuestra primera cita.

Paula vaciló un segundo antes de unirse al brindis. Luego probó el pollo.

—Delicioso —dijo—. Mucho mejor que la pizza.

Comenzaron a hablar de películas y obras que había en la ciudad y la risa frecuente de Paula, como su buen apetito, hacía feliz a Pedro. Había hecho una tarta de manzana de postre.

—He hecho de más para que la lleves a las niñas —dijo al servirla.

—¿En serio?

Dios mío, no puedo soportar a las mujeres que lloran por todo. Sus ojos brillaban con lágrimas. Pedro, sorprendido, se movió en la silla.

—No es nada, Pau. No me costaba nada.

—No me hagas caso —dijo Paula, secándose las lágrimas—. Es que no estoy acostumbrada a que nadie se ocupe de mí. Y me has hecho sentir importante y… querida.

Pedro dijo con objetividad:

—¿Fue tan triste tu matrimonio?

—Oh, desde luego. Cuando iba hacia el altar sabía que estaba cometiendo un error terrible. Pero estaba bajo la presión de mi padre y —no continuó—… Tengo que lavarme la cara.

Corrió casi hacia el baño. Pedro aprovechó para hacer café y colocar un tronco en el fuego. Terminaron la cena sin hablar demasiado.

—Vamos a tomar el café junto a la chimenea —propuso Pedro.

No había encontrado unas sillas que le gustaran para el salón, de modo que ambos se sentaron en el sofá. Mientras le tendía la leche para el café, se dió cuenta de que el color azul del sofá era igual al de los ojos de Paula. Cuando lo compró, solo supo que el color le gustaba y lo quería en su casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario