viernes, 7 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 27

Cuando salió del baño, lo esperaba en la puerta para ayudarlo. Por primera vez desde que se había hecho cargo de la situación, parecía nerviosa. Pedro se sentó en la cama, se quitó los zapatos y comenzó a desabrocharse la camisa.

—Deja la ropa en el suelo —dijo Paula con un hilo de voz—. Luego lo lavaré. Tenía la camisa manchada de sangre y la manga rota.

—No hace falta —dijo.

Paula replicó:

—Empiezo a darme cuenta de que tengo que aprender mucho de tí en cuanto a independencia —y cerró la puerta dejándolo solo.

Pedro se quedó en calzoncillos y se metió en la cama, dispuesto a seguir despierto hasta que ella entrara. Pero el sueño lo sumergió como una ola y, en pocos segundos, dormía profundamente. Se despertó en mitad de la noche con un sobresalto. El gato había saltado a la cama y estaba acurrucado entre sus piernas. La luz entraba por la puerta, que estaba entreabierta. Sintió el aroma de Paula emanando de la almohada y su cuerpo se despertó. Ojalá estuviera ella cerca. Estaba muerto de sed. Salió de la cama y se dirigió al baño. Sus músculos estaban rígidos y cada paso le costaba un esfuerzo tremendo. En el espejo comprobó que tenía peor aspecto que unas horas antes. La barba incipiente y un ojo morado afeaban su rostro hinchado. «Lo justo para gustar a la mujer de tu vida», se dijo. ¿Era Paula la mujer de su vida? ¿Con lo que esa frase significaba? ¿Era el odio la cara oculta del amor? «No intentes comprenderlo a las tres de la mañana». Sacó los tres cepillos de dientes del vaso de cristal y bebió agua con ansia. Tras calmar su sed, salió al pasillo y se detuvo ante la visión de ella, de pie, mirándolo. Llevaba un camisón de algodón que le llegaba hasta los pies.

—No ganarías un concurso de belleza con eso —dijo con voz ronca y tendió la mano para acariciarle el pelo.

Paula contuvo el aliento con un sobresalto.

—Te he oído salir —dijo— ¿Cómo te encuentras?

—Bastante bien —Pedro la tomó por los hombros y la besó en la boca. Sabía bien y era dulce besarla.

Sintió como se estremecía y al separarse vió que lo miraba intensamente. Luego dijo, como ausente:

—Tienes un moretón enorme en el pecho.

—Pedro en Technicolor, en todos los cines.

—Muy gracioso —murmuró Paula y como si no fuera su intención hacerlo, le puso la mano en el pecho y lo acarició lentamente. Sus ojos eran como pozos negros y resultaba imposible saber en qué pensaba. Tan bajo que apenas pudo oírla, murmuró:

—Oigo tu corazón.

A pesar del dolor, Pedro se moría de ganas de abrazarla y comérsela a besos. «No seas idiota», se dijo. «No la asustes. Déjala ir a su ritmo». Se obligó a seguir quieto, a rozar apenas los huesos delicados de sus hombros, respirando para mantener el control.

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