domingo, 30 de julio de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 6

—Hola, profesor Harrison.

Paula entró al despacho y notó que Pedro le ponía una cálida mano en la espalda. Fue un contacto amable, puramente  caballeroso y en modo alguno amenazador, pero ella estuvo a punto de estremecerse. Desde aquella terrible noche en la facultad, no había vuelto a confiar en el contacto físico de ningún hombre. Lucas Hawkins le había robado hasta eso. Pero estaban allí para hablar con su antiguo profesor, de modo que intentó tranquilizarse y lo miró. Él también había cambiado con el tiempo. Su cabello oscuro se había vuelto canoso; estaba bastante más delgado y tenía más arrugas. Además, la mirada de aquellos ojos marrones, que una vez había sido brillante y alegre, parecía opaca ahora. De hecho, los miró como si no los viera en realidad. El hombre que había conocido se habría levantado inmediatamente a saludarlos. Y dado que se había quitado las gafas otra vez, habría notado la cicatriz y habría sabido encontrar el comentario justo. Pero, al parecer, ese hombre ya no existía. Llevaba una camisa blanca, arrugada, y se había aflojado la corbata; su imagen encajaba perfectamente con la del típico profesor despistado. Sin embargo, él nunca había sido descuidado ni distraído, sino todo lo contrario. Fuera cual fuera su problema, debía de ser grave. De otro modo no se habría dirigido a ellos. Entonces,  notó que el profesor estaba mirando a Pedro con detenimiento. También notó la súbita tensión en sus hombros, pero no le dio mayor importancia. Pedro avanzó hacia la mesa y estrechó su mano.

—Profesor, soy Pedro Alfonso…

 —Sé quién eres —dijo el hombre con impaciencia, antes de mirar a Paula—. Y también te reconozco a tí, Paula Chaves… Me alegra que hayan venido. Pero siéntense, por favor.

—Gracias.

Paula se sentó, pero Pedro permaneció de pie.

—¿Qué ocurre, profesor? ¿Por qué nos ha llamado? —preguntó él.

De repente, Pedro había dejado de ser el hombre amable y de gran sentido del humor con quien había pasado los últimos minutos, para convertirse en un tipo muy serio que le sonaba vagamente. Había pensado que el encuentro con el profesor tal vez serviría para refrescarle la memoria, pero seguía sin recordar quién era. En cualquier caso, sí se acordó, y muy bien, de aquel despacho. Todo seguía tal y como estaba en el pasado, con la mesa llena de documentos y muchas fotografías en las paredes.

—¿Me preguntas qué sucede? Que mi empleo está en peligro —respondió el profesor.

—Eso es imposible…

—Por desgracia, todo es posible.

 Paula se inclinó hacia delante.

—¿Pero por qué? Llevas años en Saunders. Además, eres profesor titular…

—La categoría laboral no protege a ningún profesor de una denuncia por comportamiento inapropiado. La junta directiva me está investigando; intentan encontrar algo que puedan utilizar contra mí.

—¿Y por qué quieren despedirte? —preguntó ella.

—Por los chismes, por los rumores… O quién sabe, tal vez sientan celos porque siempre me he llevado bien con los alumnos.

—¿Podrían encontrar lo que están buscando? —preguntó Pedro.

—Oh, vamos, el profesor no puede haber hecho nada malo —intervino Paula, molesta con la pregunta de Pedro—. No puedo creer que tú también dudes de...

—Hace bien en preguntar —la interrumpió el profesor—. Está en su derecho.

—Lo siento, Paula, son mis costumbres de abogado defensor —alegó Pedro, mirándola durante unos segundos—. Siempre pregunto a mis clientes. Quiero saber todo lo que deba saber sobre ellos. Lo bueno, lo regular y lo malo. Eso es mil veces preferible a que suban al estrado y se encuentren en una situación problemática por no haberme proporcionado toda la información.

El profesor volvió al tema.

—Sean cuales sean sus motivos, están buscando la forma de echarme. Creo que en parte puede ser por mi edad.

—Pero no se puede despedir a nadie por su edad... eso es ilegal, ¿No es cierto, Pedro?

—Sí —confirmó.

Por primera vez desde su reencuentro, el profesor sonrió.

—Siempre fuiste una chica inteligente —dijo.

—Gracias.

Paula agradeció mucho su comentario. Él era de las pocas personas que habían sabido ver que ella era algo más que una cara bonita. El profesor apoyó los codos en la mesa y explicó:

—Nadie ha venido a decirme nada directamente. Se limitan a insinuar que soy poco profesional, a criticarme por llevarme demasiado bien con los alumnos, a decir que no debo estrecharles las manos ni tocarles de ningún modo porque hay que mantener las distancias... En fin, ese tipo de cosas.

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