domingo, 30 de julio de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 10

Paula estaba sentada junto a la ventana, tomando un café. Desde la suite se veía la torre del reloj de la universidad, alzándose entre los árboles como una especie de centinela. O como un sobreviviente, al igual que ella. Le gustaban mucho las mañanas; no habían dejado de gustarle ni siquiera después del accidente, cuando su vida no era otra cosa que una suma de signos de interrogación. ¿Sobreviviría? ¿Volvería a caminar? ¿Conseguiría hacerlo sin cojear? ¿Quedaría marcada para siempre? Ahora conocía las respuestas todas positivas excepto la última. Los extraordinarios empleados del hospital habían hecho todo lo que estaba en su mano por arreglar su espalda y sus piernas y dejarla prácticamente igual que antes del accidente. Por supuesto, el proceso había durado muchos meses. Pero había merecido la pena y ya sólo quedaba una pregunta en su vida: ¿Qué hacer ahora?

La llamada del profesor Gerardo Harrison había servido para que Paula pospusiera la respuesta. Utilizarlo como excusa le parecía una cobardía y se odiaba por ello, pero era consciente de estar haciendo lo posible por afrontar la realidad. Además, estaba sinceramente preocupada por la suerte del profesor y en ese momento no tenía más opción que dejar sus propios problemas para otro momento. Se quedaría en el hotel durante unos días más e intentaría reunirse con los miembros de la junta directiva para dar testimonio. Luego, y ya que su carrera de modelo se había cortado en seco, tendría que encontrar otra forma de ganarse la vida. Pero ahora estaba atrapada en aquella habitación y no tenía adónde ir. Tras lo sucedido el día anterior, se había convencido de que no tenía talento para ir por el mundo sin ser vista, aunque el encuentro con Pedro había sido una bendición. El simple hecho de pensar en él bastaba para que se sintiera mejor. Sin embargo, también se sentía culpable. La noche anterior le había cerrado la puerta en las narices. Había algo que el accidente no había cambiado. Nunca se le habían dado muy bien las relaciones y por lo visto mantenía los viejos hábitos. Lo sucedido en la facultad había empeorado sus habilidades sociales, a pesar de lo cual había intentado seguir los consejos de su agente, quien afirmaba con razón que el éxito en su trabajo dependía de ser vista y fotografiada en compañía de las personas apropiadas. Fuera como fuera, eso ya no tenía importancia. Con la cara marcada por el accidente, todo el mundo había dejado de llamarla. Sólo había recibido una oferta de trabajo desde entonces y la había rechazado. Estaba maldiciéndose de nuevo por el trato que había dispensado a Pedro, cuando alguien llamó a la puerta. El sonido la sorprendió porque evidentemente no esperaba a nadie. Se levantó y echó un vistazo por la mirilla. Al reconocer a Pedro, la sorpresa se convirtió en placer. Así que quitó la cadena y abrió.

—Hola...

—Buenos días —dijo él, observándola—. Parece que has descansado bien…

 Ella se estremeció ligeramente, aunque su tono no era más que amistoso. Por otra parte, sabía que el comentario tenía un deje irónico por la excusa que le había dado la noche anterior para librarse de él. Aunque no fuera su intención, aquel hombre le gustaba. Lo malo del asunto es que estaba convencida de que la confianza siempre terminaba en decepción. Si se interesaba demasiado por él, él se interesaría demasiado por ella. Y al final, terminaría dejándola en la estacada.

—Sí, es verdad —dijo ella—. ¿Y tú?

—He dormido mejor que nunca.

Pedro sonrió, se apoyó en el marco de la puerta y se cruzó de brazos. Aquella mañana, se había puesto unos vaqueros y una camisa. Con el elegante traje del día anterior le había parecido un hombre devastador, pero así le resultó todavía más interesante. Razón de más para no invitarlo a entrar.

—Mira, no quiero resultar demasiado directa, pero...

—¿Pero? —la interrumpió—. Espero que sea algo bueno…

—¿Pero qué estás haciendo aquí? —continuó, haciendo un esfuerzo para no sonreír.

—Creía que habíamos quedado en hablar.

—Ah, sí. Pensé que sólo lo decías por ser amable.

—¿Tan superficial crees que soy?

—Te conozco muy poco para poder juzgarte. Me limito a ser realista.

—¿Realista sobre mí? —preguntó, arqueando una ceja—. Veamos si lo he entendido bien… no recuerdas quién soy, pero juzgas mis intenciones.

—Estás retorciendo el asunto.

—¿Ahora me acusas de ser retorcido?

—En absoluto. Simplemente es una definición adecuada para tu comentario.

 —Sólo pretendía puntualizar un poco…

—Mira, no voy a debatir contigo. Es obvio que ganarías.

—Me encanta ganar —confesó.

—Me alegro. Pero ¿De qué quieres que hablemos?

 Él se apartó del marco de la puerta y se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros.

—He localizado a Sandra Westport y acabo de hablar con ella por teléfono — anunció.

—¿Y has conseguido convencerla para que deje en paz al profesor?

Pedro negó con la cabeza.

—No, pero he conseguido convencerla de que coma conmigo para poder hablar.

—Pues buena suerte.

—La necesitaré. Pero un poco de apoyo me vendría bien —dijo, mirándola fijamente a los ojos.

—¿Estás pensando en mí?

Él asintió.

—Sí. Es posible que se sienta menos amenazada si me presento con otra mujer. No me gustaría parecerle el lobo feroz.

—Pero yo no…

—Cierto, nadie podría confundirte a tí con el lobo feroz —la interrumpió, en tono de broma.

—No, no, sabes de sobra que no me refería a eso. Quería decir que no puedo ir contigo.

—Técnicamente, eso es falso. Conduciré yo. Lo único que tienes que hacer es sentarte en el coche y dejar que te lleve. Nos reuniremos con Sandra en el restaurante y pediremos algo de comer. Eso es todo.

—Cuando digo que no puedo ir, no me refiero a la forma de llegar al restaurante —protestó.

—¿De verdad?

—Vamos, Pedro, deja de tomarme el pelo.

—Está bien, pero es verdad que necesito tu ayuda.

—¿La mía? Te equivocas. Probablemente soy la última persona del mundo con la que Sandra Westport querría comer.

Paula no hablaba por hablar. Precisamente la semana anterior había rechazado una petición de la periodista, que quería entrevistarla. Y después de la negativa, dudaba de que Pedro pudiera obtener beneficio alguno de su presencia.

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