miércoles, 5 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 19

—¿No sueles mirarte en el espejo?

—Para afeitarme —respondió Pedro sin bromear.

—¿Y no te has dado cuenta de cómo te miran las mujeres del gimnasio, las de quince y las de setenta?

 Pedro negó con la cabeza.

—En tu clase de aerobic estaba demasiado ocupado intentando no tropezar.

—Después de la clase, hubo un barullo entre el grupo de mujeres hablando de tí. Preguntándose si serías profesor y si estarías libre. Babeando por tí, para resumir.

Pedro, al que le gustaba pasar desapercibido, se sonrojó profundamente.

—¿Te estás burlando de mí?

—¡Claro que no! —exclamó Paula—. Aunque, ¿Sabes algo? Estoy sorprendida por haber dicho que eres sexy. No creo que sea recomendable decir algo así en la primera cita.

—Entonces, ¿Lo retiras?

 —No, pero tendría que haber utilizado otro término.

 A pesar de su pudor en lo concerniente a su físico, Pedro estaba disfrutando del intercambio.

—¿Qué término? —preguntó.

Ella frunció el ceño, pensando.

—Atractivo… magnético… como esos pequeños imanes que usábamos en física… —lo miró, entre la burla y el pánico—. Hablo demasiado cuando estoy nerviosa.

La diversión de Pedro se evaporó.

—Nerviosa es una palabra suave. Estoy muerta de miedo —confesó Paula.

—¿Por mí o por el hecho de tener una cita? —preguntó Pedro, preparándose para la respuesta.

—Ambas cosas. Se miraron en silencio.

Paula Chaves, que con diecinueve años dominaba la situación con mundana soberbia, admitía ahora que la asustaba salir con él. Pedro dijo suavemente, mirando sus manos aferradas al bolso:

—Deberíamos empezar de nuevo.

Con un brillo risueño en los ojos, Paula dijo:

—En realidad, me muero de hambre.

Pedro asintió y salieron del coche. Así que a Paula le parecía atractivo y magnético. Al diablo con la compostura, pensó. Le agradaba enormemente conocer su opinión. Aunque ella estuviera asustada. Abrió la puerta de su piso y ella le precedió en la pequeña entrada. Tomando precauciones para no tocarla,  la llevó hasta el salón y le quitó el abrigo. De pronto, era él el que estaba nervioso.

—Voy a encender el fuego y te traeré una copa. Ponte cómoda.

 Se arrodilló para encender el fuego, ya preparado, y ofreció:

—¿Quieres vino o algo más fuerte?

Paula estaba de pie en la habitación, mirándolo todo: el sofá azul, la alfombra de seda india con colores suaves y atrayentes, las brillantes pinturas australianas contrastando con el color anaranjado de las paredes. Exclamó sin ocultar su sorpresa:

—¡Qué bonita habitación! —y como si su propia sorpresa fuera indecente, añadió—. Oh, ¿Por qué lo hago todo mal cuando estoy contigo? Lo siento, Pedro… No esperaba… Lo estoy empeorando…

Pedro dijo con una voz neutra:

—¿Qué esperabas? ¿Pósters de motos o de chicas desnudas y una televisión más grande que la pared?

Sin dudarlo, Paula cruzó el cuarto y le tomó el brazo, mirándolo con intensidad.

—No quería herirte, Pedro, lo siento —sin soltarle el brazo, lo que creaba una corriente eléctrica que lo inmovilizaba,  siguió mirando el salón, las paredes cubiertas de estanterías con libros de todas clases y recuerdos exóticos. Tras detenerse en un jarrón con crisantemos, los ojos de ella volvieron a su rostro—: Abrí la boca y metí la pata, pero no eres justo. No tenía ninguna idea preconcebida sobre tu casa. Estaba asustada también porque no sabía qué esperar.

Estaba tan cerca que Pedro pudo oler su champú, y lo que era más peligroso, el olor enervante de su piel, sutil, lejano, evocador. El ardor del fuego brillaba en su cabello y las llamas bailaban en sus ojos despertando un deseo imperativo. Iba a perder el control, se dijo con desesperación, recordándose que le había prometido ser sensato. Se apartó de ella tan rápidamente que casi tropezó antes de decir con voz ronca:

—¿Qué quieres beber?

 Nunca había sido tonta. La comprensión brilló en su mirada, seguida por un temor que lo desconcertó por su intensa brevedad. Tomó aire y, con un valor que solo pudo admirar, dijo:

—Los dos necesitamos una copa. Me apetece vino blanco. Y voy a empezar de nuevo. Me gustaría que me contaras la historia de todos los tesoros que hay en esta habitación.

Pedro le agradeció que hubiera captado y admitido su deseo sin hipocresía, pero solo pudo mascullar antes de salir:

—Claro, ahora vengo.

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