miércoles, 26 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 61

—Podemos ir el sábado por la tarde, tras el partido de Valen. Si es que viene Pedro.

Miguel amplió la invitación con un gesto:

 —Por supuesto, será un placer.

—Puede llevarnos en su Mercedes —dijo Paula con intención.

 Cinco minutos más tarde, cerró la puerta tras sus padres y se dejó caer en el sofá.

—Estoy mareada —exclamó—. Uno se cree que conoce a sus padres y de pronto pasa algo y comprendes que no es así. Mamá ha estado genial. Y papá, a su manera, se ha comportado.

—Tu padre las echaba de menos y es demasiado cabezota como para admitirlo. ¿Cuál es el número de teléfono de la canguro?

—¿Canguro? —repitió Paula.

 Pedro le tendió el teléfono.

—Tenemos que celebrarlo. ¿Dónde mejor que en la cama?

—Vas al grano, Pepe.

—¿Te molesta?

—La distancia más corta entre dos puntos no es siempre la línea recta.

 Pedro la miró con sorna:

—No sé de qué hablas.

—No, ¿Verdad? —le sonrió ampliamente y marcó el número con innecesaria energía. Habló con alguien llamada Macarena y luego anunció—: Estará aquí en diez minutos. Voy a ducharme.

¿Qué significaba aquello? ¿Alguien entendía a las mujeres? O mejor, ¿Entendía él a Paula? A lo mejor aprendería con la práctica y podría entender el sentido de aquella brillante sonrisa que no había rozado los ojos. Veinte minutos después,  entraba con Paula en su casa y la llevaba de la mano al dormitorio.

—Bueno, aquí estamos —dijo Paula con la misma tensión en la voz.

Pedro estaba harto de ironías.

—¿Quieres o no acostarte conmigo?

 Paula echó hacia atrás la cabeza y lo observó con los ojos brillantes como gemas.

—Me siento bastante lasciva y lujuriosa. Pero no amante.

Pedro no había hablado en voz alta. La ayudó a quitarse el jersey y dijo:

 —A veces hablas demasiado.

—Mientras que tú no hablas lo…

Pedro le cerró la boca con un beso y le soltó el sostén, buscando sus senos con la urgencia de un hombre que llevaba tres días sin pensar en otra cosa. Sintió su temblor y cayó sobre ella en la cama, separándose un instante para murmurar:

—¿Qué decías?

—Nada —susurró Paula sin aliento—… nada…

 —Bien —dijo Pedro y procedió a hacerla perder el control, con bastante éxito.

 Cuando pudo hablar de nuevo, con Paula exhausta entre sus brazos, dijo con una risa ronca:

—Pobre Pau. Me parezco a Tom ante un plato de comida.

—¿Me estás comparando con comida de gato enlatada?

—Eres un plato exquisito —apoyó la cabeza en su pecho, escuchando el latido de su corazón con alegría—. Si me das cinco minutos, podemos intentar algo más sofisticado. Como el vino de tu padre.

Paula rió a su vez.

—Pobre papá. Seguro que lo había guardado durante años. Pepe, ¿Sabes lo que me dijo cuando estábamos acostando a las niñas? Apenas puedo creerlo. Cuando Fernando y yo nos separamos empezó a comprender que él le había engañado. Le había metido en unos asuntos que casi le arruinan. Papá quería contármelo, pero su orgullo le impedía decirme que se había equivocado.

—Tres hurras por Alejandra.

—Desde luego. Pero no es todo —Paula acarició el pecho de Pedro—. Me encanta cómo se contraen tus músculos cuando hago esto. ¿En qué estaba?

—Tu padre —le recordó Pedro.

—Oh, sí. Me dijo que había contratado a esos tipos porque siempre te había respetado. Y pensó que no bastaría con hablar contigo. Irónico, ¿No?

—¿Debo sentirme halagado?

—En cierto modo —Paula frunció el ceño—. Creo que está realmente arrepentido, aunque no creo que lo diga.

—Me ha invitado a su casa este fin de semana. Es una forma de disculparse.

—Estoy tan feliz con lo ocurrido, Pepe… Todos juntos de nuevo. Las niñas necesitan a sus abuelos y yo echaba de menos mi casa. Pero ha sido bueno que nos separáramos, todos hemos mejorado. Estoy orgullosa de mi madre, y hasta de papá.

Pedro la colocó entre sus brazos, meciéndola.

—Hará tu vida mucho más fácil —y de pronto se dijo que quizás ya no lo necesitara.

No hay comentarios:

Publicar un comentario