miércoles, 26 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 64

—No te dijo la verdad porque no quería herirte. Hasta que fueras lo bastante mayor para entenderlo.

Isabella metió el dedo en el donut.

—No me mandó ni una postal por mi cumpleaños. ¿Tu papá se olvidaba siempre de tu cumpleaños?

—Sí —dijo Pedro—. Se olvidaba siempre.

—¿Te vas a casar con mi mamá?

Pedro tragó saliva y la miró, pensando que merecía la verdad.

—Me gustaría mucho. Pero no le he preguntado si quiere casarse conmigo — hizo una pausa—. Cuando le pregunte, te contaré lo que contesta. Pero ahora debe ser nuestro secreto, ¿Te parece?

—Me gustan los secretos —dijo Isabella—. Sobre todo si no lo sabe Valentina.

La paternidad estaba llena de peligros menos dramáticos que el temor a la pérdida. La rivalidad entre hermanas, por ejemplo.

—Bébete el chocolate, tesoro —dijo Pedro.

—Si te casas con mamá, ¿Viviremos en tu casa, la que tienes en el mar?

—Espero que sí.

—Me gustaría. Me gusta el mar —Isabella le dedicó de pronto una sonrisa gloriosa que era como el sol después de la lluvia, y bebió un gran trago de chocolate.

Le quedó en la barbilla y Pedro la limpió con su servilleta. El pequeño gesto, tan vulgar, le pareció simbólico, como si sellara una relación con Isabella. Si amaba a Paula, amaría también a sus hijas. A las dos. Isabella y él regresaron a casa. La niña no paró de hablar en todo el camino, contándole la historia de Kevin Stone y la profesora.

—Le pegué —explicó con satisfacción—. ¿Tú molestabas a las chicas?

—Seguramente. Los chicos hacen esas tonterías.

—Odio a Kevin—Isabella lo miró de reojo —. Pero a tí ya no te odio.

 Pedro sonrió de oreja a oreja.

—Me alegra oírlo —dijo.

Paula les esperaba en el umbral. Abrazó a su hija y se puso a llorar. La niña lloró también y Pedro se dedicó a repartir pañuelos de papel y a recibir incoherentes agradecimientos de Paula que nada tenían que ver con el amor.

—Tengo que volver al trabajo —dijo, sabiendo que se estaba comportando como un cobarde. Había superado el obstáculo de Isabella y solo le quedaba el verdadero obstáculo. Conocer los sentimientos de ella—. Te llamaré esta noche. Adiós, Bella.

Isabella le dió un abrazo casi tan fervoroso como el de su madre y Pedro escapó. En el garaje habían entrado dos coches nuevos y habían llamado del hospital para decir que daban de alta a Roberto. Había prometido pasar la primera noche con él, de modo que pasó la tarde limpiando la cocina de su amigo. Al anochecer, llamó a Paula, que repitió su agradecimiento y le pidió prestado su coche.

—No tengo clase mañana y necesito sentarme frente al mar y pensar un poco. Han pasado demasiadas cosas y necesito estar sola.

Pedro la comprendía demasiado bien.

—Claro que te lo presto. Te lo dejaré frente a tu casa antes de ir a trabajar.

—¿Cómo está Roberto?

—Está bien. Lo malo es su cocina.

Paula rió.

—Pobre Pedro… ¿Te parece que te invite a cenar mañana por la noche?

—Me encantaría —dijo él y, tras colgar, siguió limpiando la cocina de Roberto.

Empezaba a odiar el teléfono. Quería estar con Paula, en sus brazos, en su casa, en su vida. Toda su vida. «Paciencia», se dijo, «paciencia».

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