domingo, 9 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 34

—Es lo único que no puedo darte, Pedro. No estoy sola en el mundo, tengo dos hijas, y no puedo permitirme experimentar con hombres. Isabella está ofendida y Valentina ya está demasiado emocionada contigo.

A Pedro no le gustó que lo colocara en la categoría experimental.

—Me estás haciendo chantaje. O me porto como quieres, o me echas de tu vida.

Paula hizo una mueca de disgusto.

—Mi padre y Fernando nunca compartieron nada conmigo, ni una vez. No pienso vivir eso de nuevo. Por nadie.

Pedro pensó que hablaba en serio y que todo había terminado. Con una voz que no le pareció la suya, dijo:

—¿Te estás vengando de mí? ¿Te rechacé hace diez años y ahora te toca a tí?

Paula palideció.

—¿Cómo puedes pensar algo así?

No había pensado. Las palabras habían surgido de un nudo de dolor en su estómago.

—Yo…

Paula le interrumpió con un gesto frenético:

—No lo soporto más, Pedro, llévame a casa. ¡Ahora!

—Al momento —replicó él—. Las mujeres siempre hacen lo mismo. Cuéntame esto, cuéntame lo otro, hasta quitarte el alma.

—Puedes quedarte con tu alma para el resto de tus días y buena suerte —estalló Paula.

Bajó las escaleras de dos en dos, atravesó el salón y salió al jardín dejando la puerta abierta. Pedro fue cerrando puertas tras él, subió al coche y arrancó haciendo saltar la gravilla. Fueron hasta la casa de Lori sin decir una palabra. Cuando llegaron, ella dijo con frialdad:

—Gracias por traerme. Adiós —y salió del coche sin mirarlo.

Tras verla marcharse, Pedro fue a cambiarse y corrió por el parque hasta que estuvo exhausto.



Durante los días que siguieron, Pedro trabajó como un poseso en el garaje, hasta la noche, y se negó a sentir nada que no fuera rabia. Paula había elegido un tema menor para provocar una pelea y dejar de verlo. Todo había sido desproporcionado. Él no podía darle lo que ella quería. Por lo tanto, había sido una buena cosa que rompieran. Logró ignorar el hecho de que la vida había perdido todo sabor y de que le asaltaban pesadillas temibles que no tenía desde la infancia. De manera que hizo grandes progresos con la contabilidad de Roberto. A éste le había bastado con ver su cara el lunes por la mañana para decir:

—Parece que el solitario cabalga de nuevo.

Y ante el gesto duro de Pedro, se retiró sin más comentarios.

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