viernes, 7 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 24

Su víctima, el más fuerte de los atacantes, vaciló ante el puñetazo, y Pedro terminó con él golpeando su cabeza contra la pared mientras decía:

—Gracias, Marcos.

El sonido de las sirenas cortó el aire. Mientras se retiraba sangre de la mejilla, Pedro vió algo más. Paula corriendo hacia ellos, blandiendo la linterna como si fuera la espada del Rey Arturo. Marcos y sus amigos habían reducido a los asaltantes. Pero el joven al que Pedro había golpeado en primer lugar se había recuperado y se lanzaba hacia él con gesto homicida. En aquel momento, ella llegó hasta el grupo y no lo dudó: cerró los ojos y golpeó con la linterna en la cabeza del joven, momento que aprovechó él para darle un puñetazo en el estómago que lo dejó sin resuello.

—Sal de aquí, Pau—dijo Pedro—antes de que la policía te arreste por ir armada.

—¿Te parece gracioso? —dijo ella con nerviosismo—. Pedro, estás lleno de sangre.

Desde detrás, Marcos intervino:

—¿Qué tal estás, Pedro?

—Bien —dijo él—. Has llegado justo a tiempo, Marcos. Vigila al moreno, tiene un arma.

Una luz los cegó entonces y tres policías avanzaron con sus armas hacia ellos gritando:

—Apártese, señora. Quietos todos.

Pedro no podía hacer mucho más. Le costaba respirar y la sangre le estaba cegando. Le dolía la rodilla. Apoyándose contra la pared, dijo:

—Estaban dando una paliza a alguien que salió corriendo sin dar las gracias — y se preguntó si iba a echarse a reír o a desmayarse. Lo único que tenía claro es que había echado a perder su chaqueta.

Los siguientes minutos transcurrieron sin mucha conciencia. Pedro se encontró en el asiento trasero de un coche patrulla, con Paula a su lado, y la sirena ensordeciéndolos. Tenía su mano entre las suyas. La apretaba como si él pudiera desaparecer si lo soltaba. La sensación le encantó y dijo, sin abrir los ojos:

—¿Vamos a pasar la noche juntos en el calabozo? No era la forma en que pensaba seducirte.

Le apretó más la mano.

—Vamos al hospital —dijo—. Necesitas unos puntos.

Ya no le dolía solo el brazo y la rodilla, sino todo el cuerpo. Echó la cabeza hacia atrás y se sintió más mareado.

—Siendo niño, siempre quise ir en un coche patrulla con todas las luces y sirenas.

—Todo esto te ha parecido muy gracioso, ¿verdad? Su voz estaba rota por emociones que no era posible analizar.

—Desde luego —dijo—. Aunque te agradezco que trajeras tan rápidamente a la policía. Gracias.

—Marcos y sus amigos iban al cine cuando los ví. Pero no dudaron en unirse a la pelea, claro está. Odio la violencia.

Pedro dijo con humor:

—Pero has golpeado a alguien. Con la linterna.

—No sé cómo pude hacerlo. Detesto a la gente que resuelve los problemas a  golpes. Como Fernando.

—Lo hiciste para ayudarme —dijo Pedro con simpatía.

Paula parecía cada vez más afectada.

—¿Y eso lo justifica? ¿El fin justifica los medios? No creo en eso.

Como un relámpago tan brillante como las luces de la policía, una idea cruzó la mente borrosa de Pedro. Con repentina intuición, murmuró:

—No tuviste nada que ver con aquellos tres, ¿Verdad?

—¿De qué hablas?

No hay comentarios:

Publicar un comentario