lunes, 17 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 48

—Está mucho mejor. Ya ha preguntado a todos los especialistas qué coches tienen y se pasa el día dando órdenes a las pobres enfermeras y a mí, claro. Se queja de la comida, que encuentra sosa.

Habían salido de la ciudad y la tarde era tan cálida que Pedro conducía con la ventanilla abierta.

—Estoy buscando a una persona para limpiar la casa y sobre todo cocinar para él cuando salga del hospital. No me he atrevido a decírselo.

Paula hizo algunas preguntas y antes de darse cuenta estaban en el sendero que conducía a la casa.

—¿Quieres dar un paseo por la costa? —propuso, decidido a mantener las distancias.

—Necesito ir al baño. ¿Me dejas entrar?

La casa, como siempre, dió  la bienvenida a Pedro y éste se sintió feliz ante la cocina casi terminada. Haría grandes platos en aquella cocina, se dijo.

—Pedro—gritó Paula desde el piso de arriba—. ¿Puedes subir?

Su voz denotaba tensión. Pedro subió corriendo las escaleras y la encontró parada junto al colchón de su dormitorio, pálida.

—Pau—preguntó—. ¿Qué pasa?

—Tenía un discurso muy bonito preparado —dijo la mujer—. Pero se me ha olvidado —tragó saliva, mirando el suelo.

Pedro no tenía ni idea de adonde quería llegar.

—No necesito charlas floridas. Dime qué te pasa. Odio verte angustiada.

 Paula tomó aire y dijo:

—Estoy haciendo lo mismo que hace diez años. Echarme en tus brazos. Quiero hacer el amor contigo, eso intento decir. Ahora. Aquí.

Pedro no hubiera podido replicar aunque su vida hubiera dependido de ello. Estaba helado, como si ella le hubiera traspasado su tensión. Era obvio que no bromeaba. Pensó algo más: su método era muy diferente al de diez años atrás. Entonces se había puesto una ropa tan apretada que apenas podía respirar y la minifalda no merecía ese nombre. Se había lanzado sobre él literalmente, besándolo con una inexperiencia que le había hecho marearse de deseo. Diez años después, con un jersey amplio, se mantenía a un metro de distancia y no mostraba la menor coquetería ni provocación. En realidad, parecía encontrarse frente a un enemigo, pálida y con la expresión resuelta.

—No lo deseas, ¿Verdad? He vuelto a meter la pata.

Con un gemido de pura angustia, Paula pasó junto a él, dispuesta a correr escaleras abajo, pero Pedro la detuvo, tomándola por el codo.

—Deja que me marche —susurró ella—. Lo siento, no debí decirlo. Pero desde que te conté lo de Fernando me has estado evitando y me estaba volviendo loca. Por eso pensé en decírtelo directamente, pero no debí hacerlo. No paro de hacer el ridículo y meter la pata, Pedro, lo siento. Vamos a dar un paseo y olvidar esta escena —intentó liberar su brazo con un movimiento brusco—. ¡Quieres soltarme de una vez!

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