viernes, 7 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 25

—¿Recuerdas hace diez años cuando viniste a verme a la gasolinera y yo estaba tan mal? Tres noches antes me habían dado una paliza en el bosque. Me dijeron que era un aviso de tu padre, también me dijeron que tú se lo habías pedido. Les creí entonces. Sobre todo porque viniste al garaje y —de pronto se detuvo—… ¿Qué te pasa?

Paula estaba pálida de horror.

—¿Mi padre pagó a unos matones para alejarte de mí? —Pedro asintió—. Pero si fui yo la que intentó seducirte…

—¿Le dijiste eso?

 —No —susurró Paula—. No, no me atreví. Ya estaba bastante avergonzada.

—Pues él supuso que yo te perseguía.

 —¿Y tú has creído todo este tiempo que yo tuve algo que ver?

 Esta vez fue Pedro el que se sintió avergonzado.

—No pensaba objetivamente entonces.

 Asustada, Paula habló rápidamente.

—La noche en que intenté seducirte y me rechazaste, volví a casa llorando. Me encontré con mi padre en el pasillo y le dije una tontería como que no quería volver a verte. Se dedicó a interrogarme exhaustivamente. Fue horrible. Se le metió en la cabeza que me habías forzado o algo así, y decidió castigarte. Yo no me dí cuenta y estaba tan enfadada contigo que no me preocupé. Al día siguiente, te echó. Pero te juro, Pedro, que nunca supe nada de una paliza. Jamás hubiera permitido algo así.

Parecía trastornada y, mientras entraban en el patio del hospital, Pedro dijo con toda la fuerza que le quedaba:

—Ya lo sé. Te creo.

—El día que fui al garaje, había oído que mi nombre era arrastrado por el lodo y que tú habías pegado a alguien para defenderme. Por eso fui a verte.

—Ya lo entiendo —dijo Pedro con sinceridad.

—¿Por qué no me lo contaste? —preguntó ella—. Has podido decírmelo en estas semanas.

—Sigo sin poder hablar de ello —reconoció Pedro—. Fue una humillación para mí.

Paula seguía sin soltarle la mano y ahora le acarició los dedos magullados.

—Odio a mi padre por haber hecho algo así —dijo con fiereza.

En otra repentina y cegadora intuición, Pedro murmuró:

—El odio es la otra cara del amor, Pau.


Durante años la había odiado. ¿No sería que nunca había dejado de estar enamorado de ella? Con la cabeza martilleando y a punto de perder el sentido, se dejó guiar por un policía hasta urgencias. Más tarde, no recordaba gran cosa, salvo el frío de las agujas cosiendo su mejilla y su brazo y la sensación de la mesa donde le habían hecho radiografías de la rodilla y las costillas. No tenía nada roto. Después, Lori le ayudó a subir a un taxi. La policía llevaría su coche a casa, le dijeron. Paula no se había separado de él en ningún momento, acompañándolo con el rostro pálido y preocupado. A través de la niebla de su cabeza aún doliente, Pedro dijo:

—¿Y las niñas? Será mejor que vayas directamente a casa.

—Los dos vamos a mi casa.

Descubriendo que se sentía como Valentina el día de su caída, Pedro murmuró:

—No tengo ganas de vida social. Necesito tumbarme en mi cama.

 —No voy a quedarme en tu casa y no voy a dejarte solo.

Parecía más enfadada que maternal.

—Estaré bien solo —dijo con toda la energía posible, que fue poca.

—Pedro—la voz de Paula  era tensa—. Solo voy a decirlo una vez. Te has portado de una forma muy valiente, sobre todo para defender a alguien que ni siquiera se quedó a dar las gracias. Pero ahora estás destrozado y yo no podría dormir si te dejara solo en tu casa. Así que cállate y obedece. Por una vez en tu vida.

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