miércoles, 26 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 62

—No voy a cambiar de vida —replicó Paula—. Amo mi independencia.

Aquello no podía tranquilizarlo tampoco. Pero Pedro no podía pensar en el futuro cuando tenía el muslo de Paula entre los suyos, y sus senos pegados a las costillas.

—De nuevo estamos hablando demasiado —murmuró y la besó para demostrarle cómo sabía apreciar el sabor y la textura del mejor vino.

Paula colaboró con toda su energía. Pedro pensó que hacer el amor con ella podía convertirse en una adicción. Y quizás fuera demasiado tarde para evitarlo.

Al día siguiente habían quedado para ir al cine por la noche, y cuando Paula llamó a Pedro, éste no disimuló las ganas que tenía de verla:

—Puedo recogerte en cinco minutos —propuso.

Paula dijo en voz baja:

—No puedo ir, Pedro, perdona.

—¿Por qué? —Pedro se sentía profundamente decepcionado.

—Estábamos cenando y Valen dijo algo de Fernando y de pronto me pareció el momento adecuado para hablar con Bella. No sé si lo he hecho bien, intentando ser sincera sin hacerle daño. Primero se enfadó mucho y luego se quedó muy callada. Ahora está dormida, pero no quiero salir, por si se despierta o tiene una pesadilla.

Deseando reconfortarla, Pedro ofreció:

—Voy a hacerte compañía.

—¡No! Es mejor que no.

 Sintiéndose cómo si lo hubiera golpeado, Pedro preguntó:

—¿Por qué, Pau?

—Será más complicado si te ve.

Odiaba ser definido como una complicación y ser excluido de un juego en el que le iba tanto.

—¿Y tú qué opinas?

—¿Yo? ¿Qué quieres decir?

—Parece que estoy complicando tu vida. ¿Me estás rechazando?

Hubo un instante de silencio. Después, Paula dijo:

—No… claro que no.

No había convicción en su voz y el dolor en el pecho de Pedro era tan frío y agudo como una losa de hielo. Intentó respirar y pensar con calma, pero no lo logró.

—Pepe… ¿Estás ahí?

 Luchando por encontrar palabras normales, Pedro preguntó:

—¿Va a ir al colegio mañana?

—Creo que sí.  Es bueno que todo siga su curso normal.

Ojalá le hubiera contado lo que sucedía en su momento. Lo mismo pensaba Pedro, pero no lo dijo. Todo le daba igual si Paula lo veía como una complicación en su vida. Seguro de no poder seguir hablando, dijo con frialdad:

—Voy a correr al parque. Te llamaré mañana —y sin darle la oportunidad de replicar, dejó el teléfono.

Se cambió de ropa, y salió a correr por las oscuras calles de la ciudad. Las hojas empezaban a caer y había un frío otoñal en el aire que le pareció una amenaza. ¿Qué haría si Paula  lo expulsaba de su vida? Las perdería a las tres, aunque lo peor era perderla a ella. Quizás ya la había perdido. La idea era insoportable. «No debo perderla», se dijo, con implacable lucidez. Tropezó con una piedra y recuperó el equilibrio a duras penas. ¿No significaba aquello que estaba enamorado de ella? Comenzó a correr más despacio. ¿Enamorado de paula? Por supuesto. Se había enamorado de ella cuando tenía veinte años y nunca había dejado de quererla. Lo había llamado odio y había huido durante nueve años. Y luego había vuelto a casa. Era el motivo de su regreso. Era su casa. Se asombró de lo que le había costado comprender algo tan simple. De nuevo aceleró el paso, entrando en un parque, seguro de poder correr toda la noche. La amaba. Adoraba su cuerpo y su espíritu, y su risa y sus lágrimas formaban la materia de su vida. Amaba también a sus hijas. Valentina  la fantasiosa e Isabella, tan obstinada como su abuelo. Le gustaría ejercer de padre y verlas crecer hasta convertirse en mujeres. Quería casarse con su madre. Casarse con ella, vivir con ella, dormir con ella… incluso tener un hijo con ella. Con una sonrisa embobada,  dió otra vuelta a la manzana. Le encantaría tener un hijo con Paula. Para ser un solitario, no lo estaba haciendo mal. La gravilla crujía bajo sus zancadas. La euforia se evaporó de pronto. Recordó la llamada de Paula. ¿Quería ella decir que era mejor cortar? ¿Que no podía tolerar un conflicto entre su hija y su amante? ¿Que no lo quería?

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