miércoles, 26 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 60

Alejandra añadió:

—Valen y Bella están aquí, Miguel. ¿No te parece que han crecido mucho desde el año pasado?

Miguel miró a las niñas. Valentina aprovechó para decir:

—Hola, abuelo. Juego al fútbol ahora.

Isabella lo miró con furia:

—No te enfades con mi abuelita.

Miguel estalló:

—Señorita, no voy a tolerar que…

 Esta vez fue Paula la que lo interrumpió:

—Cállate un minuto, papá. Ahora me toca a mí. Hace diez años pagaste a unos matones para dar una paliza a Pedro Alfonso. Eso fue algo imperdonable.

Con las manos en los bolsillos, Pedro aprovechó la entrada:

 —Hola, señor Chaves.

Por vez primera, Miguel se fijó en él. Con asombro, exclamó:

—Alfonso… ¿Y tú qué haces aquí?

 —Salgo con Pau—y para acreditarlo, le pasó un brazo por los hombros.

Miguel guardó silencio, claramente desconcertado. Momento que aprovechó Alejandra para decir:

—Ya ves, Miguel, ha habido muchos cambios. Ser un buen hombre de negocios supone ser flexible ante los cambios, ¿No es lo que sueles decirme? Pau, ¿Puedes traer otra silla? El guiso de carne es delicioso, Miguel, y robé dos botellas de vino del sótano. Espero que apruebes mi elección.

Miguel miró la etiqueta y palideció:

 —Oh, sí, buen vino. El mejor, de hecho.

 —Estupendo —dijo Alejandra—. Esta reunión merece lo mejor, ¿No crees? —sus manos ya no temblaban, pero miró a su marido con una súplica en los ojos.

Durante un segundo, Miguel pareció dudar. Pero Pedro se adelantó a servirle vino y Paula puso tras él una silla. Carraspeó y levantando la copa dijo con fanfarronería:

—Brindo por las reuniones. Por mi hija y su familia. Y por —miró a Pedro—… los viejos conocidos.

Todos brindaron. Miguel se sentó y saboreó el vino.

—¿Ya han bebido la otra botella?

 —El lunes —dijo Alejandra con alegría, llenándole el plato de comida—. ¿Cómo me has encontrado, Miguel?

—Volví a casa un día antes. Miré en tu agenda y encontré la dirección en Halifax. He venido en mi coche.

—Le estaba diciendo a Pedro que llevas el Rover al garaje de Roberto. Es su socio.

—¿Socio, eh? Es un negocio bastante bueno.

—Muy bueno —dijo Pedro—. Algún día seré el dueño.

—Siempre fuiste trabajador —gruñó Miguel.

 Valentina habló con energía:

—Abuelo, ¿Ahora podemos volver a tu casa y jugar en el ático?

—Sí, Valen—dijo él, probando la carne—. Este fin de semana si quieres.

—Estupendo —sonrió Alejandra—. Gracias, Miguel.

Su sonrisa era tan feliz y orgullosa como la de una recién casada. Miguel tuvo que carraspear de nuevo antes de decir:

—No las merezco —y acarició con torpeza la mano de su mujer.

Era algo parecido a una disculpa y Pedro tuvo que reconocer que Miguel se estaba mostrando generoso en la derrota. La conversación se hizo fluida y pronto no quedó ni una gota de vino. Paula llevó la tarta de chocolate y el café mientras Isabella presentaba a Tom a su abuelo. Tras acostar a las niñas y fregar los platos, Miguel anunció:

—Pau, tu madre y yo queremos que las niñas y tú vengan a casa este fin de semana.

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