viernes, 21 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 53

Pedro rió con júbilo.

 —¿Me deseas, Pau?

Paula se deshizo de él en un movimiento lleno de gracia y lo miró:

—Nunca en mi vida he deseado tanto a alguien, pero es mi turno. Quédate quieto.

Y se puso sobre él, probando su cuerpo, acariciando su pelvis,  rodeando con manos y lengua su sexo. Pedro tembló de placer, preguntándose si moriría en aquella casa, con la mujer que había amado tanto tiempo atrás. De pronto, la tomó por las caderas y se puso encima, entrando en ella y sintiendo su placer al recibirlo, su excitación. No dejaba de mirar su rostro, que se iba transformando por las variadas sensaciones que experimentaba hasta que llegó al clímax. La recibió con completa felicidad y con toda la pasión que había estado encerrada dentro de su cuerpo, y esa vez oyó cómo su voz gritaba el nombre de Paula. Se dejó ir contra ella, contemplando en los ojos brillantes de Paula su propia satisfacción.

—Mi querida Pau—dijo y la abrazó como si temiera dejarla marchar. Le retiró el cabello de la cara y besó su rostro, murmurando: —Pasé un verano en las grandes praderas, hace años. Tu pelo me recuerda los trigales. Son inmensos y ondean al viento como un mar dorado. Todos los días me tiraba en el campo y ponía la cara al sol, sintiendo el olor del trigo maduro. Así me haces sentir. Como en verano, cuando todo es posible…

—Nadie me había dicho algo así —dijo Paula con la voz entrecortada—. No hablas mucho, Pepe, pero cuando lo haces dices cosas tan bonitas que…

De pronto lo abrazó con tanta fuerza que apenas le dejaba respirar:

—Abrázame, Pepe, abrázame y no me sueltes.

Pedro la abrazó y sintió un odio profundo por Fernando. Paula estaba revelando el absoluto desierto que había sido su matrimonio. Una relación vacía de amor y de dulzura, carente de risas y pasión. Poco a poco, sus brazos fueron relajándose y el ritmo de su respiración le indicó que se había quedado dormida. A él se le había dormido el brazo bajo el peso de ella, pero por nada del mundo se hubiera movido. Le alegraba que hubieran hecho el amor por primera vez en la casa de la bahía. La respuesta sexual de Paula le había llenado de orgullo, pero también de humildad. Porque él, Pedro Alfonso, había sido capaz de liberarla del pasado. Le había aportado la felicidad que no había conocido en mucho tiempo. Apoyó la barbilla en su cabello y permaneció inmóvil.

Dos horas más tarde, Pedro y Paula estaban de regreso en el departamento de ésta. Ella miró su cocina, sujetando sobre el pecho una de las bolsas de la compra que se habían detenido a hacer.

—Me siento como si hubiera estado años fuera —dijo—. Estaba tan agobiada cuando salí…

Pedro le quitó la bolsa de los brazos, la depositó en la mesa y la besó profundamente.

—Pues sabes igual que siempre —dijo.

Paula rió, se apretó contra él sin pudor y dijo:

—Yo adoro tu sabor, Pepe. En realidad adoro tu cuerpo.

—Si las niñas no estuvieran a punto de llegar, adivina qué estaríamos haciendo.

—¿El amor contra el frigorífico?

No hay comentarios:

Publicar un comentario