domingo, 9 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 32

Pero no se lo comunicó a Paula. Entraron en la casa. Con timidez al principio, pero con creciente entusiasmo,  Pedro le fue enseñando la cocina, moderna y tradicional a un tiempo, la cerámica de los baños, la chimenea de granito dominando el salón, el dormitorio, que tenía vistas sobre el océano. En el suelo había un colchón extendido.

—A veces, a pesar del polvo, duermo aquí —explicó—. Se oyen las olas si dejo la ventana abierta.

La luz del sol brillaba ahora sobre el colorido de una colcha de colores.

—Oh —dijo Paula y repentinamente agitada dio un paso atrás, con tan mala fortuna que tropezó con un unas maderas apiladas y estuvo a punto de caer.

Pero Pedro la agarró a tiempo y ambos cayeron sobre el colchón, riendo. Sin dejar de reír, él aferró sus manos sobre su cabeza y se inclinó para besarla. Entonces, sin previo aviso, Paula  le golpeó con la rodilla y gritó.

Pedro sintió que se le helaba la sangre. El grito seguía reverberando en el aire, distante como las olas. De pronto, Paula comenzó a llorar, con sollozos profundos, irreprimibles, con lágrimas que recorrían sus mejillas. Él se puso de lado y la abrazó. Acarició su pelo y la consoló con palabras tiernas hasta que se fue calmando poco a poco. Entonces, ella se apartó para buscar un pañuelo y se sonó, evitando mirarlo.

—¿Fernando te violó?

Ella asintió con un gesto imperceptible.

—Sí. Aunque él lo llamó ejercer sus derechos como marido.

 —Pero tú no. Y yo tampoco.

—Llevábamos meses sin acostarnos juntos. Pero yo no lo había dejado y él estaba impaciente, por Melina. Así que decidió castigarme. Fue… horrible. Me marché al día siguiente. Cuando me agarraste por los brazos, lo ví todo de nuevo…

Enfermo de rabia, Pedro se separó de ella y se incorporó. Con voz triste, Paula preguntó:

—¿Te parece que no debía contártelo? Me has dicho que te lo dijera todo.

—Me da miedo tocarte, sabiendo lo que hizo.

Paula se incorporó a su vez, obligándole a que la mirara.

—No eres Fernando. Nunca fuiste como él.

—Siempre dices eso. Pero sigues confundiéndonos.

—No lo hago a propósito —dijo Paula con desesperación—. Tú eres el hombre que tuvo la decencia suficiente de no aprovecharse de mí estupidez juvenil. Y te premié con un montón de problemas.

Pedro ahogó un sonido y ella siguió hablando, haciendo obvios esfuerzos por controlar la emoción.

—Dime una cosa, ¿Por qué seguiste en Juniper Hills después de la paliza? ¿Por qué no te marchaste de inmediato?

—No me fui hasta que murió mi padre.

La comprensión asomó a su rostro.

—Claro, entonces no me dí cuenta. Pero tú mantenías el garaje cuando tu padre bebía. Qué leal fuiste —añadió con dulzura—. ¿Cómo fueron esos años?

—Pau, ahora solo puedo pensar en Fernando.

Necesitaba descargar su rabia contra algo. Necesitaba acción.

—Fernando hizo algo terrible, pero me hizo escapar de un matrimonio detestable y he llegado a aceptarlo de este modo.

—Seguro, por eso casi te da un ataque de histeria cuando he caído sobre tí.

—Me sorprendió, eso es todo —el tono de Paula era ahora exasperado—. Debería habértelo dicho antes, pero no hubo ocasión. No es precisamente una charla de sobremesa.

—¡Es lo peor que se puede hacer!

—Estoy de acuerdo, como comprenderás. Pero no tienes ninguna responsabilidad. Y ahora, Pedro, ¿Podemos hablar de tu padre?

—No —dijo él.

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