viernes, 7 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 26

—Nunca olvidaré cómo agitabas esa linterna —sonrió—. Tú sí que eres valiente —con una risa que le hizo toser, añadió—: Menuda pelea, ¿Verdad?

—Nunca entenderé a los machos —masculló Paula con desprecio.

La esperanza de tenerla toda la noche poniendo paños calientes sobre su frente empezaba a desvanecerse.

—No tienes que entenderlos, tienes que amarlos —murmuró.

¿Lo había dicho o solo lo había pensado? A juzgar por la mirada irritada de Paula, había hablado en voz alta. Así que haría mejor en callarse.

Al llegar a su casa, Paula se negó a que pagara él, obligándole a callar con otra mirada homicida. Después de pagar al taxista, le ofreció su brazo para caminar, mientras Pedro decía:

—Me siento realmente fatal —y probó a dar unos pasos.

—¿No me digas? —se burló Paula—. Anda, pasa tu brazo por mi cuello y apóyate en mí.

Subieron las escaleras con dificultad, ante la mirada humorística de dos vecinos.

—Creen que llevo al borracho local a casa —de pronto, Paula se detuvo, tan bruscamente que casi dejó caer a su carga—. Dios mío, Pedro, perdona. No estaba pensando en tu padre, te lo prometo —le sonrió con dulzura—. Supongo que mucha gente se burlaba de ustedes cuando lo ayudabas a llegar a casa.

Pedro no tenía ganas de hablar de su padre. Había tenido demasiadas emociones esa noche.

—Vamos dentro —dijo—. Antes de que me caiga.

—Es como si me cerraras la puerta en las narices. ¿Nunca hablas de él?

 —Paula—se impacientó Pedro—si tienes tantas ganas de hablar de mi padre, me vuelvo a casa. Solo. Puedo tardar una semana, pero te juro que lo haré.

—¡Vale, perdona! —entraron en el vestíbulo y, entonces exclamó con horror—. Oh, las escaleras, Pedro. Olvidé las escaleras.

—Tampoco en mi casa hay ascensor —la consoló él—. Venga, adelante.

Los calmantes estaban dejando de hacer afecto. Le dolía la rodilla horriblemente y, de pronto, comprendió con pavor que los gemidos que estaba oyendo venían de su boca.

—Perdona —dijo.

—Solo quedan dos escalones —murmuró Paula y secó el sudor de su frente con dedos gélidos—. Recuérdame que no vaya nunca al cine contigo. Solo un pasillo y podrás sentarte.

Cuando Paula abrió la puerta, vio que las niñas no habían vuelto. Eran solo las nueve y media,  aunque, por algún motivo, Pedro creía que era más de medianoche.

—Voy a ponerte en mi cama y dormiré en el sofá. No te molestes en discutir — dijo Paula.

Pedro logró una sonrisa.

—Podemos compartir la cama y no tendrás que preocuparte, dado mi estado.

—Calla —ordenó Paula.

 —Voy al baño.

Al cerrar la puerta tras él, Pedro captó su imagen en el espejo. Parecía el superviviente de una pelea a muerte en el ring. Iba a dormir en la cama de Paula. Sin ella.

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