lunes, 3 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 14

Pedro silbaba con absurda alegría mientras atravesaba el tráfico de la ciudad para salir al campo. Pero su buen humor no duró mucho. De pronto dos datos molestos alcanzaron su cerebro. En primer lugar, Paula  había sido soltera desde la primera vez que se vieron. Y ese hecho no había provocado una actitud más receptiva, al contrario. Ella había desanimado sus atenciones con todas sus fuerzas. En segundo lugar, para ser un hombre solitario e independiente, se estaba poniendo muy nervioso por causa de una mujer que lo había maltratado y que era sin duda la causa de su soltería. Desechó el argumento: al fin y al cabo no estaba pensando en casarse con ella. ¿En qué estaba pensando? ¿En llevarla a su cama tan rápidamente como fuera decente? Pues sí. No podía olvidar la sensación vertiginosa que lo había embargado al tocarla el primer día, en el gimnasio, y la reacción espontánea de su cuerpo. Quería una aventura con ella. Eso era todo. Pero tenía que planear una estrategia que derrumbara sus defensas. Tenía que borrar las cicatrices que hubiera dejado Fernando en su matrimonio. Y tenía que superar, pensó con una sonrisa, la enemistad de Isabella. Aunque era un hombre que había recorrido medio mundo y se había encontrado en situaciones difíciles, descubriendo recursos en sí mismo que ignoraba, no podía pensar en una estrategia adecuada para conquistar a Paula. En los siguientes días solo se le ocurrió invitarla a un café. Su inteligencia no daba para más y sus hormonas estaban desatadas y solo hablaban de tomarla en brazos, encerrarla en su apartamento y hacer el amor con ella durante una semana. Después, haría un montón de preguntas. Luego iría a la cárcel por secuestro, se dijo mientras esperaba en un semáforo el jueves por la mañana. Los niños se dirigían al colegio y corrían por las aceras, jugando a perseguirse. Se entretuvo mirándolos y de pronto una niña tropezó y dió en el suelo con violencia. El corazón le dió un vuelco: era Valentina. Cambió el semáforo y estacionó el coche en doble fila, indiferente a los bocinazos y corrió hacia ella. Rodeada de amigas, Valentina se estaba poniendo en pie, pálida y mareada, con un golpe en la frente y las desnudas rodillas magulladas.

Pedro dijo en tono firme:

—Valentina, soy Pedro. ¿Está tu madre en casa? Si quieres, yo te llevo.

La pequeña lo miró con labios temblorosos, luchando por no llorar.

—Eso creo.

Pedro se volvió hacia el coro de niñas.

—Conozco a Valentina y a su madre. La llevaré a casa. ¿Pueden decírselo a la profesora? Así podrá llamar a la mamá de Valentina si se preocupa.

Tras esto, tomó a la niña en brazos, sorprendido de pronto por su poco peso. Cuando Valentina apoyó la cabeza en su hombro, en un gesto de completa confianza,  sintió que algo se deshacía en su interior, una emoción desconocida. Se dió cuenta de que jamás había abrazado a una niña. Una niña que confiaba en él.

Valentina murmuró:

—Estoy mareada.

Su rostro estaba lívido y Pedro dijo en tono tierno:

—Aterrizaste con fuerza, Valen, es normal que te sientas mal. Ya verás qué poco tardamos.

Con la misma dulzura, la dejó en el asiento delantero y condujo hasta los departamentos. Las lágrimas corrían por las mejillas blancas de la niña y Pedro sintió un sobresalto de compasión.

—¿Qué departamento es?

—El veintiséis. Quiero ver a mamá.

—En dos minutos —dijo Pedro mientras estacionaba.

 Llevó a Valentina en brazos hasta el portal y llamó. Esperó unos instantes y volvió a llamar. Solo entonces contestó Paula.

—Pau, soy Pedro. Valentina se ha caído de camino al colegio y la he traído a casa.

La puerta se abrió al instante. Subió las escaleras que necesitaban una mano de pintura. Al llegar al descansillo, se encontró con Paula, que había salido a su encuentro, con la mirada llena de ansiedad.

—No es nada grave —dijo para calmarla.

Paula tenía el cabello revuelto y llevaba una bata de seda verde pegada al cuerpo. Dijo sin aliento:

—Menos mal que te he oído. Estaba en la ducha. Valen, tesoro, ¿Qué te has hecho?

La niña dió rienda suelta a sus lágrimas. Pedro entró en el piso y Paula quitó los periódicos de un sofá amplio y echó a un enorme gato para que pudiera tumbarla.

—¿Tienes un botiquín? —preguntó cuando la dejó en el sofá.

—Está en el baño, a la vista —dijo Paula, inclinándose para quitarle los zapatos— . Pobres rodillas —murmuró— Y te has dado en la frente.

Pedro siempre había sido rápido en comprender las situaciones y actuar y el rasgo se había acentuado con su vida nómada. Mientras atravesaba el salón, advirtió el mobiliario escaso y barato, la mesa con el ordenador en un rincón. El baño estaba lleno de juguetes infantiles y encontró enseguida el botiquín colgado de un gancho. Resistió a la tentación de asomarse al dormitorio. En la cocina, puso agua a hervir y metió hielo en un paño limpio antes de volver al salón.

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