domingo, 9 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 31

Paula habló con admiración sincera:

—¡Pedro! Esto es… Es precioso…

Su rostro estaba iluminado por el placer. Algo en su interior se relajó. Mientras rodeaban la casa, Lori respiró el aire puro y salino y añadió:

—Por tu descripción, pensé que era una casa abandonada y es perfecta. ¡Te habrá costado una fortuna!

—Ha sido un precio justo.

—Pero —se sonrojó—… Ya estoy metiendo la pata otra vez, ¿Verdad?

Pedro habló con calma, pues ya no se sentía ofendido.

—Quieres saber cómo un humilde mecánico puede comprar un terreno en un lugar así. Es una historia extraña: en una isla del Pacífico, salvé a un niño de morir ahogado. Su abuela, que resultó ser un as de las finanzas, tomó mis escasos ahorros y se dedicó a invertirlos y multiplicarlos. Nunca lo gasté pues no me hacía falta. Pero cuando ví este lugar, supe que lo deseaba —sonrió—. Tendrías que conocerla un día, te encantaría.

Aunque caminaban juntos, Pedro la miró a los ojos con un gesto retador. Había dado por sentado que tenían un futuro juntos. Alzando la barbilla, Paula dijo:

—Has viajado por todo el mundo, y conocido a gente… ¿Hay algo que no has hecho?

—No he hecho el amor contigo —dijo sin pensar.

—Tuviste tu oportunidad —bromeó Paula con maldad.

—Y la eché a perder —de pronto Pedro no sonreía—. ¿O no?  Tenía tanto que madurar que quizás fuera una suerte que no nos liáramos entonces.

Paula se mordió el labio.

—¿Nos estamos liando ahora?

 —No lo sé. Solo sé que ha sido una semana muy larga y que me ha costado ocuparme de las cuentas de Roberto.

—Yo no podía concentrarme mucho en la gimnasia —reconoció Paula—. Vamos hasta el acantilado. Luego puedes enseñarme el interior de la casa.

—Tus ojos tienen el mismo color que el mar —murmuró Pedro.

Las mejillas de Paula se inflamaron. Lentamente, se alzó sobre las puntillas y lo besó en los labios antes de retirarse.

—Deseaba hacer esto desde que te he visto.

Pedro frunció el ceño.

—Siempre me sorprendes.

—Bien —dijo ella con calma—. Sería muy aburrido si supieras siempre lo que voy a hacer.

Después, comenzó a descender por el sendero que conducía al mar, dejando que el viento la despeinara. Pedro, muerto de ganas de abrazarla, la siguió. La llevó hasta un camino semi oculto entre las rocas que permitía bajar al nivel de las olas, e incluso ocultaba una minúscula playa de arena que se unía por un puente rocoso a una isla.

—La marea está muy alta, pero en bajamar podemos pasar a la isla. De niño siempre quise una isla para mí.

—Me alegra que tengas una —dijo Paula—. De joven siempre aspirabas a cosas que no tenías.

Pedro se movió con nerviosismo.

 —Hay un bosque de altos pinos al final de la propiedad. Te lo enseñaré.

—¿Sabes qué? Cada vez que menciono tu juventud, reaccionas como mi caballo cuando veía el agua… salía corriendo al galope.

—¡No me gusta hablar de eso!

—Eso es más que obvio. Oh, mira, qué maravilla de árbol. Por suerte, Paula parecía haber olvidado su infancia. Recorrieron el bosquecillo oscuro y regresaron a la casa.

Al acercarse, Paula empezó a sugerir ideas para el jardín. Parecía tan entusiasmada que Pedro, que siempre se había enorgullecido de su soledad, empezó a imaginarse junto a ella, plantando flores, preparando la tierra para un pequeño huerto. Dos personas juntas harían un mejor trabajo. Y sería más divertido, se dijo.

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