viernes, 28 de julio de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 3

Pero la caballerosidad de Alfonso no sirvió para que se sintiera mejor. Si sabía tantas cosas sobre ella, también se habría enterado de que había sufrido un accidente; a no ser que fuera un ermitaño que no leía los periódicos. Sin duda alguna, ahora querría conocer los detalles de lo sucedido y finalmente le daría sus condolencias y afirmaría, con la mentira piadosa de rigor, que no se notaba en absoluto. A fin de cuentas sólo había perdido parcialmente la visión de un ojo. No se había quedado ciega. Se abrazó a sí misma y se dispuso a soportar la situación. Luego, volvería a la seguridad de su dormitorio, del que evidentemente no debería haber salido. Alzó la vista con aplomo y lo miró. El accidente la había dejado marcada, pero no le había robado ni un ápice de su dignidad.

—¿Puedes devolverme las gafas? —preguntó ella, haciendo un esfuerzo por sonar educada.

Él sonrió levemente.

—¿Nunca te han dicho que a los hombres les encantan las mujeres con cicatrices?

De todas las cosas que podía haber dicho, aquel hombre había elegido la más inesperada. Ella parpadeó y sonrió sin poder evitarlo.

—No, aunque sí he oído que a las mujeres les encantan los hombres con cicatrices.

Pedro Alfonso había sido tan franco y directo que la había desarmado por completo. En lugar de evitar lo evidente, había optado por una aproximación sin hipocresía alguna. Y de un modo tan inteligente e irónico al tiempo que parecía imposible en un tipo con aspecto de modelo.

—Pues es verdad —insistió él—. Las cicatrices son un signo tangible de carácter. Y los hombres siempre buscan carácter.

—Oh, vamos. No me digas que tú te fijas en primer lugar en el carácter de las mujeres y no en el tamaño de sus...

Paula no se molestó en terminar la frase. Se limitó a llevarse las manos al pecho y a mirarlo con ironía. Pedro sonrió.

—Dime una cosa. En todos esos artículos sobre las diez cosas que resultan más atractivas en una persona, ¿No aparece siempre en primer lugar el sentido del humor?

—Ninguna de mis amigas guarda su sentido del humor en sus senos, y sin embargo es la primera parte que miran los hombree. Además, tener sentido del humor no es lo mismo que tener carácter. Pero qué me vas a contar a mí de ese tipo de artículos… me he pasado media vida saliendo en las portadas de las revistas que los publican.

—En ese caso, hemos llegado a la conclusión de que los autores de los artículos se equivocan —bromeó.

—Mira, aprecio que hayas intentado que me sienta mejor, pero…

—¿Es que no lo he conseguido?

—Tal vez me sentiría mejor si me devolvieras las gafas.

Pedro miró con cierta sorpresa las gafas que tenía entre las manos, como si hubiera olvidado que estaban allí. Después, miró a Paula y suspiró.

—Está bien, aquí las tienes. Pero te las devuelvo sólo porque es un día soleado y no me gustaría que la luz ciegue esos preciosos ojos… La chica más guapa del campus no tiene nada que ocultar.

—Eres un mentiroso compulsivo —dijo ella, sonriendo.

Pedro frunció el ceño ante el comentario y se pasó una mano por el pelo, en un gesto de nerviosismo. Al ver su reacción, ella le puso una mano en el brazo.

—Era una broma, hombre. ¿Dónde está tu sentido del humor?

—Una broma. Sí, claro. Ya lo sabía.

Pedro suspiró al darse cuenta de que Paula no sabía que había acertado sin pretenderlo. Sólo había mentido por omisión, pero una mentira era una mentira con independencia del nombre que se le pusiera. Le había dicho cómo se llamaba, pero no quién era. Entre otras cosas, porque  no esperaba volver a verla de nuevo. Su único contacto con ella desde la universidad habían sido las fotografías que veía en las portadas de las revistas. Pero un año antes le había perdido la pista. Era obvio que había ocurrido algo traumático, algo que explicaba que la famosa modelo estuviera fuera de circulación.

Paula  se puso de nuevo las gafas y dijo:

 —Me sorprende que no preguntes por lo que me pasó.

En ese momento, Pedro  supo que había sido algún tipo de accidente.

—¿Quieres contármelo?

—No.

La respuesta fue breve, clara e inequívoca. Él se metió las manos en los bolsillos de los pantalones.

—Entonces, eso es suficiente para mí.

Pedro comprendía muy bien que alguien no quisiera hablar sobre sus cicatrices. Durante su adolescencia había sufrido un grave problema de acné, y por si eso fuera poco, le partieron la naríz en una pelea. En aquella época, todo el mundo se burlaba de él porque decían que tenía cara de cráter. Todo el mundo, salvo Paula.

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