miércoles, 12 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 37

La voz de Valentina les hizo separarse al momento.

—Mamá, no tenemos leche ni mantequilla. Y se están acabando los cereales.

 Paula se sonrojó y Valentina les dedicó una sonrisa maravillada.

—¿Por qué no haces una lista? —sugirió Pedro—. Puedo bajar a hacer la compra. ¿Necesitas algo de la farmacia, Pau?

—No, ya he pasado lo peor. Solo estoy muy cansada.

—No se te ocurra volver pronto a dar clase.

 —No me pagan si no doy clases —replicó Paula—. Y no me digas lo que debo hacer. No eres mi padre.

—Gracias al cielo —rió Pedro y añadió—. ¿Siempre eres tan gruñona cuando estás enferma?

Sonrojada de nuevo, Paula miró a su hija, que seguía la conversación con gran interés:

—Ve a hacer la lista, cielo. Pedro, mi cartera está en ese cajón.

Pedro le pasó la cartera y Paula le tendió un billete. Él no pensaba discutir con ella y solo dijo:

—Limpiaré la cocina al volver.

—Ya lo haré yo mañana.

—No has visto cómo está —sonrió Pedro—. Vuelvo enseguida.

Y con la familiaridad de un marido se inclinó a besarla de nuevo, pero el beso no tuvo nada de familiar.

—Sigue haciendo eso —dijo Pedro con voz ronca—. Y tendrás compañía en la cama.

—No olvides los cereales —replicó Paula, con una expresión divertida que borraba el cansancio de su rostro.

En la cocina, Pedro ayudó a Valentina a revisar el frigorífico y los armarios y luego se acercó al supermercado más cercano. Volvió tan cargado, que tuvo que hacer dos viajes al coche. Isabella entró en la cocina mientras Valentina y él vaciaban las bolsas. Pedro había gastado el dinero de paula en su lista y la había completado con toda clase de productos básicos y caprichos.

—Tus galletas favoritas —exclamó Valentina e Isabella miró la bolsa con ojos golosos.

Pedro habló con amabilidad.

—¿Por qué no te tomas unas cuantas con un vaso de leche antes de dormir? No creo que a tu mamá le importe.

Valentina añadió:

—Te preparo una bandeja.

 Con la bandeja en brazos, Isabella volvió a salir.

 —Buenas noches, Bella—dijo Pedro—. Dulces sueños.

La niña miró las galletas, lo miró a él y masculló:

—Gracias.

Después, desapareció por el pasillo. Pedro preparó las flores que había comprado y, tomando otro paquete, dijo:

—Ahora vuelvo a ayudarte, Valen.

 En su ausencia, Paula se había peinado y cubría su camisón con una chaqueta. Pedro puso el ramo sobre la cómoda y le tendió un paquete.

—Espero que te guste —dijo.

 Por un momento, pensó que Paula no iba a aceptarlo.

—No debes comprarme cosas —dijo con un gesto torpe, mirando el paquete como si mordiera.

—¿A quién quieres que le haga regalos? ¿A Roberto?

—Me asustas siendo tan amable.

Con horror, vió que una lágrima brillaba en sus pestañas.

—Quería animarte, Pau, no hacerte llorar.

—No lloro —dijo ella, indiferente al hecho de que dos lágrimas bajaran por sus mejillas—. Es que no estoy acostumbrada a la amabilidad y me asusta. Y me da miedo acostumbrarme. Las flores son hermosas y siempre me han gustado esas…

—Ya estás hablando de más —dijo Pedro con una sonrisa malévola—. No te pongas nerviosa.

—¿Contigo junto a mi cama? —rió y suspiró—. Me haces pensar en toda clase de cosas.

—Menos mal que las niñas no te oyen.

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