miércoles, 5 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 18

Pasaban tres minutos de las ocho cuando Pedro estacionó ante la puerta del edificio de departamentos de Paula, el sábado siguiente. Ella lo esperaba en el portal y, mientras corría hacia el coche, le dedicó una hermosa sonrisa que no le pareció del todo sincera.

—Hace una tarde espléndida. Podría haber ido a pie a tu casa.

—Solo si yo te acompaño.

Con cierta tensión, Paula replicó:

—Me niego a que la violencia en las calles cohíba mis movimientos.

—Podemos pelearnos ahora mismo y acabar antes o dejarlo para el plato principal —Pedro sonrió, incapaz de ocultar su felicidad—. Estás muy guapa.

—¿Has practicado esa sonrisa en el espejo? —preguntó ella con desconfianza.

—¿Qué sonrisa?

—Ésa que me hace sentir que te seguiría hasta Chile. De rodillas.

Se estaba burlando de él. Pedro rió con la inconsciencia olvidada de un hombre joven.

—Me he preparado toda la tarde —dijo—. Me temo que tendremos que pedir pizzas para cenar.

Paula pareció desolada.

—¿En serio?

No esperaba que la creyera. Pedro se echó a reír y dijo:

—No tengas miedo. El narcisismo no me ha ocupado toda la tarde, también he cocinado.

—¿Con el libro «Cien formas de preparar hamburguesas»?

—¿No me digas que eres de esas mujeres que creen que los hombres no pueden cocinar?

—Te contestaré al final de la cena —dijo—. Hamburguesas y pizzas son nuestra dieta habitual. A las niñas les encanta.

Mientras paraba en un semáforo, Pedro estudió el rostro de Paula.

—No me has dado las gracias por decirte que estás muy guapa.

—Para ser una mujer mayor.

 Se había pintado los labios con un brillo rosado y el rímel daba a sus ojos misterio y profundidad. Pedro le guiñó el ojo.

—He oído que el maquillaje puede quitar diez años de encima.

Esa vez, Paula se echó a reír.

—¡Eres incorregible! Cuando empezaba a creer que me estabas piropeando en serio. No oigo muchos halagos últimamente, ¿Sabes?

—¿Ni siquiera del tipo rubio que responde como Marcos?

—Marcos sale con una chica de dieciocho años. Soy su confidente. Algo como una tía de treinta años.

Su tono burlón encantaba a Pedro, como el aroma de su cabello. Y de pronto se dió cuenta de lo feliz que era, sentado en un coche con la que había creído su enemiga. No la odiaba lo más mínimo.

—Hasta hoy no te había oído reír —dijo, aunque nunca había olvidado el sonido alegre y sensual de su risa.

Pedro entró en su garaje y apagó el motor. El silencio se espesó entre ellos. Esa vez la risa de Paula sonó nerviosa.

—Sabes —dijo, jugando con el asa de su bolso—. Es muy raro para mí. Tener una cita, quiero decir. Si esto es una cita.

—Para mí lo es.

—No he salido con nadie desde los diecinueve años. No sé cómo se comporta uno.

—Pau—dijo Pedro con seriedad—, no voy a lanzarme sobre tí nada más entrar en mi piso. Estás a salvo conmigo, ¿Lo entiendes? Aunque no pienso fingir que no me gustaría que ocurriera algo.

—Ya veo —dijo Paula con una voz que indicaba que no veía nada.

—Mírame.

En la luz escasa, lo miró con cautela.

—¿Te acuerdas de aquel caballo salvaje que te gustaba montar? Tenía un nombre ridículo. Thistledown… Se ponía de patas y se desbocaba por la caída de una hoja, ¿Te acuerdas? Así estás ahora, como si fueras a desbocarte. No soy Fernando, Pau.

—Nunca te he confundido con Fernando—dijo ella con un gesto duro.

 Sin saber por dónde seguir, Pedro optó por insistir:

—Solo quiero que te sientas a gusto conmigo. Incluso siendo cien veces más bella y deseable que cuando tenías veinte años. Y estando con un hombre normal que lleva demasiado tiempo de celibato. ¿Lo entiendes, verdad? ¿Puedes confiar en mí?

Paula respondió con ingenio:

—¿Normal? ¿Estás de broma? Si fueras normal, estaríamos perdidas. Eres el hombre más sexy que he conocido en mi vida.

Aunque hubiera vivido cien años, Pedro nunca hubiera esperado esa respuesta, así que dijo tontamente:

—¿Yo?

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