viernes, 28 de julio de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 1

Sólo quería sentarse junto a la piscina y sentir el calor del sol en la piel. Aquél era el primer día en más de un año en que Paula Chaves salía de casa sin cubrirse la cara con un pañuelo. Pero se arrepintió de haberlo hecho, porque notó que alguien se aproximaba y pensó que, fuera quien fuera, notaría lo que ella pretendía ocultar. Le había gustado gritar algo para evitar que se acercaran, pero sólo habría conseguido llamar la atención; sobre todo, teniendo en cuenta que estaba en un lugar tan público como el hotel Paul Revere, en las afueras de Boston. Por el sonido de las voces, supo que debía desaparecer de inmediato si no quería que la vieran. No estaba preparada para enfrentarse a nadie, así que se levantó de la tumbona y se dirigió a la salida que se encontraba al otro lado de la piscina. Cuando la gente la miraba a la cara, reaccionaban con un desagrado que era recíproco.

Había transcurrido un año desde que su caso había salido en los periódicos. Trescientos sesenta y cinco días desde que el accidente había llegado a los titulares de los diarios, por no mencionar también las revistas y las publicaciones sensacionalistas. No obstante, era bastante improbable que alguien la reconociera como la modelo cuya carrera la llevaba a convertirse, rápidamente, en la chica de referencia en el mundo de la moda. Ahora sólo era la desgraciada que nunca llegaría a aparecer en bañador en la portada del Sports Illustrated porque las cicatrices de una de sus piernas se lo impedían. Además, le habían puesto tantos tornillos en la operación que habría hecho saltar las alarmas en los controles de cualquier aeropuerto. Sin embargo, aunque el peligro de que la reconocieran fuera pequeño, no estaba preparada para enfrentarse a miradas de curiosidad y de lástima. Mientras se apresuraba hacia la salida, miró un momento hacia atrás y justo entonces tropezó con lo que le pareció un muro de piedra. El impacto fue lo suficientemente duro como para que rebotara, y habría terminado en el suelo de no haber sido porque unas fuertes manos se cerraron sobre sus brazos. Pero las mismas manos que la sostenían impidieron que se inclinara a recoger las grandes gafas de sol que llevaba para ocultar el rostro y que se le habían caído.

—Cuidado, chispa, ¿Dónde está el fuego? —bromeó el desconocido, de voz ronca.

Contacto humano. Eso era precisamente lo que Paula pretendía evitar. Y para empeorar las cosas, no era un contacto humano cualquiera, sino uno con un hombre. Se maldijo por haber tomado la decisión de salir de su habitación y se dijo que ni siquiera sabía lo que estaba haciendo allí. Aunque lo último no era literalmente cierto: se encontraba en el hotel porque era el único lugar decente para alojarse en las cercanías de la Universidad de Saunders. Y había ido porque un profesor, mentor y viejo amigo de la facultad, se lo había pedido.

—Lo siento mucho —se disculpó ella, alejándose del hombre—. Mis gafas...

—Permíteme.

El hombre se agachó galantemente y las recogió. Paula siempre había sido una mujer muy ágil, y en otro tiempo se le habría adelantado con tal velocidad que, en comparación, aquel hombre alto y atlético habría parecido una vulgar tortuga. Pero el accidente lo había cambiado todo. Y por otra parte, la miraba con tal intensidad que la puso nerviosa. Se giró levemente, lo suficiente para ocultar el perfil izquierdo de su cara, que permanecía en las sombras.

—¿Puedes darme mis gafas, por favor?

Paula se las arregló para preguntarlo con absoluta naturalidad, con un tono tranquilo e incluso elegante que no dejó entrever su nerviosismo.

—Sí, por supuesto... Aquí las tienes. ¿Cómo podría rechazar la petición de una mujer tan bella como tú?

Ella estuvo a punto de reír. Ya no se consideraba en modo alguno una mujer bella. Antes del accidente lo había sido, pero también eso había cambiado. De hecho, su vida había dado un vuelco.

—Gracias. Ahora, si no te importa, seguiré por mi camino.

Paula se puso las gafas y se llevó una mano a la cara para comprobar que todo estaba donde debía. Una vez satisfecha, alzó la vista y volvió a mirarlo con más detenimiento. Era impresionante. Durante su carrera como modelo había conocido a algunos de los hombres más atractivos del mundo, con los que había posado. Pero aquel tipo los superaba. Encarnaba todas las virtudes del hombre alto y moreno que cortaba la respiración. De alrededor de un metro ochenta y seis, tenía el cabello castaño y unos ojos marrones que brillaban con tanto calor como humor. En cuanto a su cara, ella intentó encontrar algún calificativo que no fuera un cliché, pero llevaba tanto tiempo fuera de la circulación amorosa que no se le ocurrió nada salvo que estaba buenísimo. Pero en cualquier caso, era cierto. Era un rostro tan magnífico que parecía esculpido. Su nariz era perfectamente recta, y su mandíbula, armoniosa y fuerte. Además, su cuerpo andaba a la zaga de su cara. Estaba acostumbrada a distinguir la calidad en un hombre y reconoció los anchos hombros bajo su cara chaqueta azul y un poderoso pecho bajo la camisa y la corbata roja. Por muchas razones, no era mujer a quien se pudiera impresionar con facilidad. Pero definitivamente era perfecto. Con una simple mirada había descubierto muchas cosas del desconocido. Tantas, que no necesitó saber nada más para comprender que, fuera quien fuera aquel hombre, jugaban en una liga distinta.

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