viernes, 28 de julio de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 5

La brisa meció las ramas de los árboles, sobre sus cabezas, y Pedro contempló el baile de las sombras sobre la encantadora curva del perfil y el cuello de Paula. Ahora no podía ver la cicatriz de su rostro, pero no importaba. A pesar de la cicatriz, seguía siendo la mujer más bella que había conocido.

—¿Estás aquí con tu marido?

Él lo preguntó para sonsacarle, aunque esperaba que estuviera soltera. No se había sentido tan alterado por una mujer en mucho tiempo.

—Eso sería bastante difícil.

 —¿Por qué?

 —Porque no estoy casada —respondió, mientras giraba la cabeza para mirarlo—. ¿Y tú? ¿Estás casado?

—Yo tampoco estoy con nadie.

—Ya. Pero ¿Estás casado?

—Vaya, me alegra que te interese tanto mi estado civil —bromeó.

—Ah, eres imposible…

—Me lo han dicho muchas veces. Pero ya que insistes, no. No estoy casado.

Durante una fracción de segundo, Pedro tuvo la impresión de que su respuesta le habría agradado. Pero enseguida recuperó su habitual gesto de fría despreocupación y él sintió la tentación de tocarla, de asegurarse de que no estaba soñando, de que Paula estaba realmente allí. Sin embargo, notó su tensión y se contuvo.

—Bueno, ¿Cómo te sientes de vuelta en Saunders? —preguntó él.

Ella miró a su alrededor.

—La ciudad no ha cambiado nada. A diferencia de Los Ángeles, no tiene palmeras; y todo sigue siendo muy tradicional, tal y como lo recordaba. Estoy segura de que el sitio web de la universidad sólo enfatiza las verdes colinas, el campus lleno de árboles y los edificios viejos —declaró.

Él rió y asintió.

—Acertaste.

—¿Eso es todo lo que tienes que decir? Siendo abogado, supuse que serías más dado a jugar con las palabras. El hizo caso omiso del comentario y dijo:

—De modo que eres modelo…

—Lo era.

—¿Y te gustaba?

Ella se estrechó las manos con tal fuerza, sobre el regazo, que los nudillos se le quedaron blancos.

—Sí. Tuve suerte. Una chica como yo, sin ninguna habilidad en particular, habría tenido dificultades para buscarse la vida de otra forma.

—¿Quién ha dicho que no tienes habilidades?

—Oh, ya sabes cómo es la gente… creen que si tienes buen aspecto por fuera, es imposible que seas inteligente.

—Eso es ridículo. Yo no pensé nunca eso.

—Entonces estarías en minoría. Pero ya ha dejado de ser tema de conversación —comentó con un suspiro.

A base de observar a fiscales, testigos y jurados, Pedro había aprendido en su trabajo a interpretar el lenguaje corporal de la gente. Por la expresión de sus labios, supo que no quería seguir hablando de aquel asunto. Así que cambió de conversación.

—Y dime, ¿Qué te ha traído a Saunders?

—Te acuerdas del profesor Gerardo Harrison?

—¿Que si me acuerdo? Era mi profesor preferido.

Ella asintió.

—El mío también —dijo ella—. Me escribió para decirme que tiene algún tipo de problema con la junta directiva y que necesita mi ayuda.

 —Yo recibí el mismo mensaje, así que he estado investigando.

—¿Y has averiguado algo?

 Él negó con la cabeza.

—No, pero donde hay humo, suele haber fuego. Y eso es lo que más me preocupa… no puedo creer que la junta directiva de una universidad muy respetada inicie una cacería sin una buena causa.

—¿Pero qué razón podrían tener? Siempre fue un profesor muy popular. Muchos de mis amigos asistían a sus clases y se pasaban la vida yendo a su despacho. ¿Te acuerdas de lo solicitado que estaba?

Pedro no podía acordarse porque nunca había visto al profesor durante su horario regular de trabajo. Por aquel entonces, tenía que trabajar y cuidar de su abuela, así que Gerardo Harrison le daba clases cuando lo necesitaba.

—Para mí fue un gran profesor y un amigo muy generoso —respondió, optando por el típico truco de abogados de no responder exactamente a lo que se preguntaba—. Siempre le estaré agradecido por ello.

A pesar de su gran inteligencia, Pedro sabía que no habría conseguido terminar sus estudios sin ayuda del profesor. Pero ahora era uno de los abogados defensores más conocidos del país, y la fama de algunos de sus clientes le proporcionaba una buena cuota de popularidad.

—Sí, siempre hacía todo lo que estaba en su mano por ayudar a la gente —dijo ella—. Me pregunto qué estará pasando…

—No tengo ni idea —confesó.

A medida que charlaban, Pedro observó que Paula se iba relajando, y deseaba que siguiera así. Sospechaba que si le decía quién era y le contaba ciertos detalles de su profesión, saldría corriendo. Pero no quería que se marchara. Ella había sido la luz de su experiencia universitaria, el motivo por el que se levantaba todos los días de la cama y la razón que lo había empujado a terminar la carrera y ganar dinero. Y ahora que la había encontrado, no tenía intención de dejarla escapar. Quería que volviera a ser la luz en su vida.

—He estado pensando —dijo él.

—Uf, qué peligro —bromeó ella.

—Muy graciosa —observó Pedro—. Como decía, he estado haciendo mis averiguaciones en Saunders…

—¿Por qué?

—Quería conseguir información. Pensé que podría ser de utilidad.

 —¿Y has conseguido algo?

Él se encogió de hombros.

—No, nada en absoluto. La gente con la que he hablado afirma no saber nada al respecto. Puede que no me haya dirigido a la gente correcta.

—¿Y qué propones?

—Lo cierto es que estaba a punto de ir a ver al profesor Harrison.

  —¿Y?

—Me preguntaba si querrías venir conmigo…

Pedro  contuvo la respiración hasta que Paula respondió a la invitación.

 —Me encantaría.

Pedro pensó que a él también, y más de lo que ella imaginaba. Quería pasar cierto tiempo con ella. Borrar las sombras de sus ojos y devolverle el brillo que habían tenido. Pero también sabía que, cuando Paula averiguara su identidad, el tiempo dejaría de estar de su parte.

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