domingo, 2 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 7

—Paula—dijo Pedro tomándola por el brazo al ver que se alejaba hacia la puerta— creo que es evidente para ambos que necesitamos hablar.

Con un parpadeo nervioso, Paula  respondió:

—Yo solo tengo una cosa que decir, Pedro. Aunque es importante. Siento mucho haber tenido algo que ver con tu despido. Lo siento de veras. Y ahora permite que me marche, por favor.

—¿Algo que ver? —repitió con incredulidad Pedro.

—Eso he dicho.

—Perdona, hiciste que me echaran.

—Fue algo más complicado.

—Fue muy simple. Se lo dijiste a papá y papá me echó.

—¡Qué fácil es todo en tu mente! —exclamó Paula con rabia—. La niña rica y malévola. Vete de una vez. No hay nada de qué hablar.

Pedro continuó con voz tranquila:

—¿Por qué te asustaste cuando nos encontramos el otro día?

—Pedro—dijo Paula— el pasado es el pasado. Está muerto y enterrado. Nunca he creído en la reencarnación y no voy a empezar ahora. No quiero que me hables. No quiero que hables con mis hijas. ¿Te has enterado?

—No debería haber dicho nada a las niñas. Te pido disculpas.

—No entiendo cómo pudiste reconocerlas.

 —Son exactas a tí. Y además había visto un retrato de las tres en la ciudad. La dueña del estudio ha venido a tu clase.

—Le dije a Sabrina que no la expusiera —Paula frunció el ceño—. Voy a tener que enfadarme.

Pedro no quería hablar de Sabrina.

—Contéstame a una pregunta. ¿Por qué haces este trabajo agotador cuando tienes un marido rico y un padre millonario?

Con una mirada que recordaba su antigua altivez, ignoró su pregunta.

—Vete a paseo, ¿Quieres? No tengo por qué decirte nada, ni una palabra. Si sigues acosándome, me quejaré y haré que te quiten de la clase.

—Con todos tus defectos, nunca fuiste cobarde —replicó Pedro, decidido a jugar sucio—. ¿Recuerdas la noche en que te arrojaste a mis brazos, Paula? ¿O lo has borrado de tu memoria como aquella última noche de agosto? ¿Te acuerdas? Tenía un par de costillas rotas, dos dedos rotos y una conmoción.

Durante un segundo, Paulase mordió el labio. Sus labios que podía besar eternamente, se dijo Pedro mientras se preguntaba si habría metido definitivamente la pata. No le había gustado nada que utilizara el verbo «acosar».

—Esto no tiene sentido —exclamó Paula—. Odio hablar del pasado y resucitar lo que debe estar muerto. Nos separamos hace años y cada uno tiene su vida. Así debe ser.

Abruptamente la tomó por los codos para inmovilizarla. No había logrado quitarse completamente las manchas de grasa del trabajo y tenía las manos llenas de cicatrices.

—Sigo sin parecerte lo bastante bueno para tí, ¿Verdad? —habló con agresividad—. No soy más que un mecánico. Demasiado pobre para tomar un café conmigo.

—Eso no es… —sus ojos iluminados por el pesar y la rabia se posaron un instante en las manos que la sujetaban—. ¿Qué es eso, Pedro?

Una fea cicatríz blanquecina recorría su mano y terminaba en su muñeca. El roce de los dedos de Paulasobre su mano le quemaba. Contestó con indiferencia:

—Un accidente en una plataforma de petróleo en el mar del Norte. Hace un par de años. ¿Te importa, Paula?

Ella dejó caer la mano y tomó aire antes de decir:

—Los dos tenemos cicatrices. Algunas fuera y otras dentro. Escúchame, por favor. No quiero ofenderte y desde luego no te desprecio en absoluto. Pero no tenemos nada que decirnos. Es mejor que lo aceptes y nos dejemos de ver.

—¿Dónde están tus cicatrices?

—Pedro… por favor.

 Siempre había amado el color de sus ojos, un color entre azul y verde, que a veces se oscurecía como un lago bajo una tormenta. Había temor en sus ojos. Pedro se defendió hablando con tono desagradable:

—Muy emotivo. Has aprendido nuevos trucos en diez años.

Paula dijo en un susurro:

—Me odias, ¿Verdad?

—Empiezas a entenderlo. ¿Se te ocurre algún motivo por el que no debiera odiarte?

 El gesto de la mujer se hizo duro.

—No tengo ninguno —dijo con palabras que cortaban como el hielo.

—Siempre pensé que Fernando sería un marido muy celoso. ¿Es eso lo que te asusta tanto? ¿Que descubra que nos hemos vuelto a ver?

 Una expresión indescifrable cruzó su rostro.

 —Soy una mujer casada —dijo—. Es una razón…

 —¿Por qué no llevas anillo?

—¿Aquí? —ironizó Paula—. ¿Las famosas joyas de la familia?

No hay comentarios:

Publicar un comentario