viernes, 14 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 44

—Claro que lo quería —se limpió las lágrimas con la manga de la camisa—. Y quiero a Roberto. Se lo dije hace media hora. Me he pasado la noche temiendo que muriera y que fuera tarde. Roberto era el padre que yo quería, firme y leal, como una roca. No me sentía muy leal hacia mi padre queriendo tanto a mi amigo.

—Yo te entiendo, Pedro. ¿Por qué crees que me casé tan joven con Fernando? Para huir de mi padre, aunque no lo entendí así.

—Ni tu padre ni el mío supieron hacerlo bien, ¿Verdad?

—No.

—Yo lo odiaba cuando estaba borracho —dijo Pedro violentamente—. Cambiaba de personalidad, se volvía pesado y sentimental. Yo nunca supe cuál era mi padre, el borracho o el hombre sobrio que bailaba como Fred Astaire, tenía más encanto que nadie y un estilo que le impedía decirte que te quería. Eso hubiera sido un despliegue de emotividad realmente vulgar para él.

—Pero te quería —replicó Paula.

—No era muy mayor cuando entendí que, si no le cubría en el garaje, perdería el trabajo. Así que cambiamos los papeles. Yo me dediqué a cuidar de él. Por eso me marché cuando murió. Necesitaba ser libre por una vez y no sentirme responsable de nadie.

Ahora que su lengua se había soltado, no quería parar. Le contó a Paula todos sus recuerdos sobre las bromas del colegio y las peleas, y la actitud mártir y muda de su madre, y los geniales viajes a pescar con su padre cuando, durante tres maravillosos meses, dejó de beber. Por último dijo con una mueca:

—Tú no le gustabas. Le parecías una niña estirada y esnob.

—Lo era.

Paula seguía abrazándolo, con la mirada clavada en su rostro. Pedro suspiró:

—Puede que lo fueras entonces, pero no lo eres ahora. Y no sé qué me pasa. No puedo parar y no creo que quieras escuchar todo esto.

—¡Eso no es cierto!

—Nunca había hablado de mi padre. Pau, debes de estar incómoda arrodillada en el suelo. Anda, sube.

Pedro se levantó y la alzó con él, abrazándola. Ya había hablado suficiente por un solo día y Bella no estaba cerca. Era el momento ideal para besar a Paula y lo hizo, respirando su aroma y sintiendo la deliciosa calidez de su cuerpo. El beso se hizo más profundo, hasta que se separó para decir:

—No quiero perderte —y añadió—: Siento haberme descargado así.

—¿Lo sientes? Pedro, ¿No te das cuenta? —dijo Paula con intensidad exasperada—. Esto es lo que te vengo pidiendo, esto es lo que necesito. Que me hables. Me hables de las cosas importantes, tus sentimientos —lo miró—. Un hombre hablando de sus sentimientos… ¡Qué revolución!

—No pides mucho, ¿Verdad?

—Quiero al verdadero Pedro, no la máscara del macho. Hay cientos de machos por la calle —le sonrió con dulzura—. Cuando Roberto se ponga bueno, le voy a contar que nos ha hecho un gran favor.

Pedro le acarició la barbilla.

—¿Por qué se te ocurrió venir?

Paula se echó a reír repentinamente.

—Primero, para enterarme del estado de Roberto. Y en segundo lugar, para romperte la cabeza. Me hablaste al teléfono como si fuera una extraña o peor, una mujer pesada de la que no sabes cómo deshacerte. Venía a buscar pelea.

Pedro rozó sus rizos.

—Así que a pesar de mi carácter y de Bella, todavía no estás dispuesta a perderme de vista.

—Todavía no —dijo ella cariñosamente—. Pero no te pases de listo.

Pedro necesitaba decir algo más.

—Pau, si tuvieras que elegir entre Bella y yo, ya sabes que lo entendería perfectamente.

Con un susurro, Paula dijo:

—No creo que debamos llegar a ese punto.

¿Por qué? ¿Porque lo amaba? No se atrevió a hacer esa pregunta fundamental, aunque su confusión le hacía hablar.

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