domingo, 9 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 30

Los dos hombres se abrazaron con torpeza y Roberto se aclaró la garganta.

—Parece que el inspector de Hacienda vuelve dentro de un mes. ¿Crees que podrás evitar que me encarcelen?

Pedro se echó a reír.

—Por eso te preocupa mi salud. El ordenador llega mañana, no te preocupes — así se mantendría ocupado y dejaría de echar de menos a Paula con una intensidad que lo asustaba.

Como conclusión a tantas emociones, por la tarde bajó a la ciudad a recoger la fotografía del estudio de Sabrina. La mujer miró sus heridas, no hizo preguntas y aceptó el cheque sin rechistar. Por la noche, Pedro colocó el retrato en su dormitorio, y supo que era el lugar donde debía estar. Aunque no ayudaba a que las horas pasaran más velozmente para su mente atormentada. El sábado siguiente,  recogió a Paula para llevarla a la French Bay. Aunque le dedicó una gran sonrisa, y aunque estaba muy guapa con un jersey azul, parecía cansada y triste.

—¿Qué te pasa? —preguntó,  nada más verla.

—No creo que te interese.

—Claro que me interesa.

—Valentina ha tenido gripe esta semana. Ya se encuentra mejor y está enfadada porque se aburre en casa. Me he peleado con Isabella porque no quería que saliera contigo. Le estaba explicando que eras un buen amigo cuando se ha echado a llorar y me ha cerrado la puerta en las narices. Mi ordenador tiene un virus y he perdido varios días de trabajo. Tom ha vomitado en la cocina —suspiró hondamente—. Aparte de eso, mi vida es un sueño.

—Siento lo de Isabella—dijo Pedro.

—Tendría que haberle hablado de su padre cuando se marchó. O antes. Cada vez es más difícil porque la pobre sigue esperando una carta suya. Le escribí para decirle que llamara a la niña, pero no lo ha hecho —se mordió el labio—. No voy a dejar de verte porque Bella no te acepte.

Pedro necesitaba oír esa frase. Con alivio, exclamó:

—Pero te está destrozando.

Paula asintió con gesto triste.

 —Lo siento, Pedro, no es justo contarte tantas penas.

Años atrás, ella había sido la princesa del cuento, la mujer adorada de lejos. Y ahora era algo mucho más complejo, una mujer de carne y hueso, con problemas, defectos y valor; con una risa que le enloquecía y como había dicho, cicatrices apenas cerradas. Le gustaba mucho más la mujer que la princesa. Intentando cambiar su ánimo, Paula dijo mirándolo:

—Estás mucho mejor.

 Los puntos de la frente estaban ocultos por el cabello y el moretón era solo una sombra amarillenta. Le contó los chistes de los que había sido objeto y describió la contabilidad exótica de Roberto, haciéndola reír. Al poco, mientras hablaban de programas de ordenador, llegaron a su casa y Pedro comprendió que estaba nervioso. Necesitaba que Paula aprobara su nuevo hogar. El camino de tierra estaba flanqueado por árboles. Las hojas brillantes de los abedules contrastaban con el verde oscuro de los pinos. Al fondo, los dos arces milenarios que flanqueaban la última curva, parecían llamas escarlatas contra el cielo gris de octubre. A partir de ahí, el espacio se abría en una pradera, parte de la antigua granja, rodeada por una fila de árboles que defendían la casa del viento marino. Alrededor de ésta, crecían las lilas y otros matorrales, mientras en el prado algunos árboles frutales, ciruelos y manzanos conservaban sus frutos finales. Al fondo, brillando como plata, estaba el mar, rugiente y oscuro, partido por la espuma de las olas y las formas fantasiosas de las rocas. Había conservado la forma de la casa, retejando, rehaciendo los suelos de madera noble, pintando de blanco las paredes y abriendo unos ventanales que daban al océano.

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