miércoles, 5 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 20

En la cocina, tomó un plato de salmón marinado y dos copas con una botella que había puesto a enfriar. Cuando regresó al salón, Paula estaba admirando una escultura de madera de los mares del sur, una de sus piezas más valoradas.

—Incluso cuando empecé a viajar, siempre supe que volvería a casa. Así que fui enviando cosas a mi madre. Es la primera vez que están todas juntas en este piso.

Paula tomó un buda de jade.

—¿Y esto?

Su interés era sincero. Poco a poco, Pedro comenzó a hablar sobre sus experiencias, las lluvias en la selva de Tailandia, y los calores húmedos de Calcuta. Bebieron y picaron el salmón, mientras él seguía hablando de su amor por las montañas de Chile.

—Allí descubrí la poesía de Neruda —dijo.

—He visto que tienes libros en español —apuntó Paula.

—Sí, aprendí lo suficiente para entenderlo.

—¿Y todos esos libros sobre contabilidad, y música, y biología?

—Estoy hablando demasiado —se interrumpió Pedro de pronto.

—Pedro—Paula lo miró con serenidad—, me lo estoy pasando muy bien. Así que contéstame.

Tragó salmón y su garganta se movió al hacerlo. Llevaba una falda larga, rosa, y una camisa blanca y no parecía en absoluto asustada.

—Bueno —explicó—, siempre que podía tomaba cursos en la universidad, en diferentes lugares. En Australia, un día aburrido, fui a un concierto de música clásica y me puse a estudiar música. Estudié contabilidad en Seattle para ganarme la vida y la biología la he ido aprendiendo sobre la marcha.

—Veo que has aprovechado los viajes —dijo Paula con seriedad—. No me extraña que hayas cambiado tanto.

—Cuando ví  tu foto hace unos meses —sonrió Pedro—, pensé que nada había cambiado. Todo volvía.

—Oh, has cambiado. Pareces un hombre que está a gusto en su piel y que sabe quién es, y lo aprecia —se interrumpió—… Ahora soy yo la que habla de más.

El mensaje implícito era que lo había observado con interés y profundidad y Pedro tuvo que respirar para no saltar de alegría. De nuevo, Paula miró la habitación llena de objetos, todos amados y todos capaces de contar historias.

—Me das tanta envidia —dijo con sinceridad.

—Habrás viajado con Fernando.

—Muy poco. Estaban las niñas.

 Pedro se puso en pie y tomó el plato vacío para no tocarla. Su simple frase hablaba de soledad y privación.

—¿Me acompañas a la cocina? —propuso—. Tengo que preparar unas cosas.

Paula se sentó en un taburete, y se puso a mirar la asombrosa colección de aparatos de cocina.

—Siempre me han encantado los ingenios mecánicos —se excusó Pedro mientras destapaba el arroz que había preparado—. Pero te toca a tí contar, Pau. ¿Cómo están tus padres?

—Hace un año que no veo a mi padre —dijo ella rápidamente—. Y veo poco a mamá. ¿Qué vas a hacer con el arroz?

—Pollo con arroz —sin rendirse, Pedro prosiguió—: ¿Por qué no los ves?

—¿Tenemos que hablar de eso?

Pedro la miró por encima del hombro. La falda dejaba ver la exquisita forma de sus pantorrillas.

—Estaba seguro de que estaríais distanciados o no vivirías dónde vives. Cuéntamelo todo, Pau, sobre ellos y sobre Fernando.

—Los había olvidado por un rato… Haces que los olvide —habló con una violencia que le perturbó tanto como le gustó.

Necesitaba conocer su vida, pero, ¿Por qué? Él ya no estaba enamorado de Paula.

 —¿Se comportó Fernando de forma violenta desde el principio? —preguntó.

—Vas directo a la yugular, ¿Verdad? Me engañó desde el principio, pero no era violento. Eso solo fue al final. Ocurrió cuando conoció a Melina. Ahora está casado con ella. El padre de Melina es diez veces más rico que mi padre, para que te hagas una idea. Fernando no quería marcharse, quería que yo lo echara o me fuera. Así que se volvió un canalla.

—Qué bastardo —dijo Pedro entre dientes.

 Con una voz ansiosa, Paula continuó:

—Valentina le vió pegarme. Dos veces. Por eso saltó en mi defensa el otro día. Pero Bella no lo vió y yo no se lo he contado. Sigue adorando a su padre y no entiende por qué se ha ido —lo miró, con el rostro trastornado—. ¿Crees que he hecho mal al no contárselo? Es tan pequeña, ¿Cómo voy a decirle que su padre es un hombre malo?

Pedro dejó el aceite y se secó las manos con un paño. Muy despacio, fue hasta Paula y le puso las manos en los hombros.

—Has hecho lo que has podido.

—No sé si basta —dijo ella y con un suspiro cerró los ojos y se dejó abrazar por él.

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