viernes, 14 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 40

—Déjame que te lleve a la cama, Pau. Me marcharé para dejarte descansar.

—Bien —dijo, sin mirarlo—. Si puedes hacer la cena mañana, será estupendo. Las niñas se preparan solas por la mañana.

Pedro se puso en pie, fue hasta ella y la alzó en volandas. Cuando la tuvo apretada contra su cuerpo, dijo:

—Qué bien hueles.

—Es un perfume muy caro.

Abrió la puerta y la llevó a su dormitorio. Antes de dejarla en la cama, la besó, un beso largo y lento, exploratorio. Resistiendo la nube de deseo, Pedro pensó que había mucho más que explorar que lo sexual y que el beso sellaba una forma de compromiso. Excitado, feliz y asustado a un tiempo, la dejó sobre la cama abierta.

—Duerme bien —dijo—. Te veré mañana.

—Gracias por todo —susurró Paula.

Salió de la casa y bajó las escaleras hasta la calle. Fuera, había una luna plateada y la brisa movía suavemente las hojas de los árboles. Era tan feliz que hubiera podido aullar a la luna. Le habían dado una segunda oportunidad. Con una mujer cuya esencia invadía sus venas y corría en su sangre. Y volvería a verla al día siguiente.


Paula se curó de su gripe y, durante la semana siguiente, Pedro y ella fueron al cine, a un concierto y a visitar una exposición de pintura. Él cocinó varios días en casa de ella y llevó a las tres chicas a cenar fuera cuando no tuvo ganas de cocinar. Tendría que haber sido completamente feliz. Y lo era. Pero dos obstáculos se interponían entre él y la plenitud. Se llamaban Fernando e Isabella. Fernando estaba en Texas, pero empezaba a pensar que hubiera sido más sencillo si el ex marido de paula hubiera vivido en el piso de abajo. Al menos se habría enfrentado a un hombre de carne y hueso. Cada vez que deseaba hacer el amor con Paula, deseo que quemaba sus entrañas, Fernando se interponía entre ellos. Temía demasiado recordarle a Paula sus dolorosas experiencias.

Paula era fuerte y atrevida. Pero Pedro se sentía enorme a su lado y no quería volver a escuchar un grito como el que había lanzado en su casa de la bahía, ante un simple juego. De forma que él mismo mantenía las distancias y evitaba situaciones íntimas, mientras ocultaba cómo podía el deseo que lo devoraba. Sabía que no se comportaba con naturalidad, pero no se atrevía a sincerarse con Lori. Era absurdo que un hombre como él estuviera aterrado por la idea de tocarla. Lo que más rabia le daba era permitir que Fernando lo venciese, tantos años después de robársela, por segunda vez. La rabia sorda y el ansia reprimida hacían borrosa su felicidad. Ella no había vuelto a preguntarle por su padre. Era como si hubiera decidido darle tiempo, ofrecerle la oportunidad de tomar la iniciativa. Era consciente de su espera y ésta le enervaba, pues no se sentía capaz de romper el freno que le impedía hablar.

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