viernes, 21 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 52

—No querías asustarme, por eso te has portado de una forma tan delicada… Perdona… Hacía tanto tiempo que no me trataban con mimo. Se me había olvidado lo maravilloso que es.

Pedro se movió para dejarla respirar, nervioso.

—No soy ningún santo —sonreía con ironía—. No me conviertas en eso.

Con apasionada intensidad, Paula exclamó:

—He sido tan afortunada al encontrarte de nuevo. Por primera vez en meses, comprendo que Fernando se ha marchado. Ya no existe. Has borrado los últimos restos de él al portarte como te has portado.

Pedro expresó lo único claro que sentía entre las emociones mezcladas de su pecho.

—Me alegra que se haya marchado.

—¿Sabes qué? —siguió Paula con el mismo ardor—. Creo que necesitamos repetir esto. Y quiero que recuerdes dos cosas. No me rompo. Y no quiero que te contengas lo más mínimo —sonrió—. Algo más. Tira tu perfecto auto control por la ventana. Quiero más de tí.

Con un leve sonrojo, Pedro comprobó que su cuerpo reaccionaba ante sus palabras.

—Veo que te gusta mi idea —dijo Paula.

—Un montón —dijo Pedro—. Ven aquí y te demostraré cómo me gusta.

Ya no tenía que contenerse, nunca más. Paula le había dado la libertad. Se puso sobre ella, sin temor a pesar, y la besó con toda la fiebre que había sentido durante semanas. Paula lo recibió con la misma pasión, abrazándose a él y buscando su lengua. Su respuesta hizo que algo, largo tiempo encerrado, se liberara dentro de él. Ella quería que fuera él mismo, que perdiera el control como nunca lo había hecho. «Sí», se dijo, «sí». Tomó el pezón de Paula con sus dientes, jugando con él con una sensualidad que era como una marea poderosa, lenta e inexorable. Después, se echó sobre la espalda, haciéndola rodar con él, explorando todo su cuerpo con manos y lengua. Olvidó ser delicado y se dejó ir, comprobando con asombro que a su deseo salvaje le respondía ella  con la misma desatada fiereza. Lejos de mostrar temor, parecía liberada por su transformación. Exultante, la puso sobre él para que lo montara, contemplando su belleza en la luz del atardecer. Su rostro brillaba mientras se movía sobre él, mordiéndose el labio inferior. Pero antes de dejarse ir, la levantó y la puso sobre el colchón, colocándose encima.

—Quiero poner el perfume que te regalé en tus pechos, en tu vientre y entre tus muslos y seguirlo con la boca. Aquí, y aquí…

Paula gritó de placer dejando caer la cabeza mientras susurraba:

—Pepe, por favor, tómame.

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