lunes, 3 de julio de 2017

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 17

Agotada. Aterrada. Impotente. Los adjetivos atravesaban la mente de Pedro, que intentaba comprender.

—Por eso dejaste a Fernando—murmuró al fin.

—Fue una de las razones.

Sintiéndose como si fuera a estallar, Pedro se volvió hacia la niña. Ésta los miraba por tumos mientras retorcía frenéticamente un mechón entre sus dedos infantiles. Se arrodilló frente a ella para estar a su altura y habló con la sinceridad absoluta que rara vez ponía al descubierto:

—Valen, solo voy a decir esto una vez, pero tienes que recordarlo. Jamás, nunca, pegaré a tu madre. ¿Lo comprendes? Nunca.

—Vale —murmuró la niña.

—Creí que dormías, Valen—dijo su madre con voz débil.

—Tom me clavó las uñas y me despertó. Quería una galleta.

Pedro se puso en pie y logró sonreír.

—Una persona tan valiente como tú se merece tres galletas —dijo—. Son buenísimas, por cierto.

La niña se relajó visiblemente. Pedro pensó que no era justo que un niño conociera esa clase de horror y se hubiera acostumbrado a salir en defensa de su madre ante un hombre. Con una furia helada, comprendió que, si Fernando  llegara a entrar en la habitación en aquel momento, lo mataría. Se volvió a por el plato de galletas y vió que Paula se sobresaltaba ante su expresión. Tragando saliva, logró dominar su corazón agitado y eliminar el odio que estaba latiendo en su cuerpo y que exigía acción. Pero ya no podía hacer nada. El daño estaba hecho. Le pasó el plato a la niña. Ella tomó tres galletas y le dedicó una sonrisa impertinente.

—Mamá solo me deja comerme dos de una vez.

—Shh —murmuró Cade—. No la provoques.

Riendo, Valentina salió de la cocina y Pedro se quedó con su furia. Con cuidado, dejó el plato en la mesa. Paula se agarraba al borde de la mesa como si eso la impidiera caerse. Su rostro era una máscara sin expresión. Con compasión y dolor, él se dió cuenta de que temblaba. Alargó la mano para tocarla y, con un sobresalto instintivo, ella se alejó.

—¡No soy Fernando! —exclamó sordamente Pedro.

—Mi cabeza lo sabe —dijo Paula sin expresión en la voz—. Pero mi cuerpo me dice que salga corriendo.

No era una réplica que pudiera consolar a Pedro. Se pasó la mano por el cabello y dijo:

—Tengo que volver al trabajo o Roberto me echará. Pero quiero que hagas algo por mí, ¿Lo harás?

—Depende.

Por segunda vez en pocos minutos, concentró toda la convicción de su fuerza de voluntad en otra persona.

—¿Estás libre el sábado por la noche? —ella empezó a negar con la cabeza—. Llama a alguien para cuidar de las niñas. Yo lo pagaré. Y pasaré a recogerte a las ocho para ir a cenar.

—No salgo con hombres —dijo Paula fríamente.

Así que no salía con nadie, pensó Pedro con un estremecimiento de placer posesivo.

—Muy bien. En ese caso, puedes venir a mi casa y te haré la cena. Soy un gran cocinero —concluyó sin modestia.

—Me sigue pareciendo una cita.

—Pau—dijo Pedro con rudeza—deberías saber mejor que nadie que puedo resistirme a tus encantos.

Al pronunciar aquellas palabras, revivió la escena de los bosques, tantos años atrás, cuando Paula, inexperta pero provocativa, había intentado seducirlo. Y Pedro, tras un momento de abandono doloroso e inolvidable, la había rechazado. En esos momentos, los ojos de ella lanzaban puñales.

—Pero he cambiado. O eso dices.

Pedro alzó la ceja con ironía.

—Tienes diez años más, para empezar.

—¡Eso es un golpe bajo!

Le encantó la forma en que el humor se apoderó de nuevo de sus rasgos.  La belleza de Paula estaba en la expresividad, en la riqueza con que las emociones iluminaban su rostro.

—La batalla entre los sexos no se lleva a cabo con suficiente justicia —comentó Pedro—. Hasta el sábado. A las ocho.

—¿Por qué tengo la sensación de que me has liado?

—Porque es así —le sonrió—. Estoy deseando que llegue el sábado.

En el salón, Valentina se había quedado dormida de nuevo y Tom roncaba entre sus brazos.

Pedro atravesó la alfombra gris y salió sin hacer ruido. Tenía una cita con Paula. Y no era para un café en la universidad. Qué razón había tenido al detestar a Fernando Martínez. Fue hasta el garaje y estacionó  en el interior, saludando a Roberto.

—Vaya, ¿Ahora te dedicas a salvar niñas para ligar con sus madres? ¿No te parece poco moral? —bromeó Roberto al verlo.

—Déjame en paz, Roberto.

Roberto lo miró con humor en los ojos.

—Al menos parece que tienes vida en el cuerpo, hijo. Pareces otro. Por cierto, ha llamado el de Hacienda esta mañana con no sé qué error. ¿Puedes verlo?

—Solo me hará falta un mes o dos —ironizó Pedro—. Vamos a comprar un ordenador, Roberto. Te voy a enseñar a usarlo y no quiero oír tonterías sobre que eres demasiado viejo. Al inspector no le gustará encontrar recibos entre piezas grasientas.

—No tienen ningún sentido del humor —dijo Roberto—. Ése es el problema — Pedro se encerró en el despacho sin que el deplorable estado de las cuentas de Roberto pudiera ahogar la alegría que sentía por su cita con Paula.

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